Entre los entretenimientos que tiene la Isla de Santiago, en Cabo Verde, se encuentra el de inventarse destinos turísticos. Esta isla está llena de atractivos aún no habilitados oficialmente para el turismo y que dejan que uno los descubra por sí mismo. Es de sobra conocido que Cabo Verde ha sido un lugar lleno de naufragios, ocurridos desde que existe noción de la existencia de este archipiélago. Actualmente, siguen ocurriendo, y los últimos no han sido hace tantos años. Una mañana, mi compañero Nacho, con su lupa puesta en las costas de la isla, dedicó un buen rato a rodear con el google maps toda la franja costera de Santiago. Con este barrido aéreo descubrió lo que parecían ser dos barcos encallados. No tenían la misma textura que las rocas y uno de ellos era claramente un barco.
Comenzamos a analizar la orografía del terreno, pendientes, posibles caminos y accesos, hasta que consideramos para ambos lugares cuál podría ser el acceso más viable por tierra. De cualquier manera, lo lográsemos o no, simplemente la aventura de intentarlo ya era un aliciente para lanzarse al camino y pasar el día fuera de Praia.
Fecha: 06 de marzo de 2021
El primer naufragio que intentamos fue el que se sitúa cerca de la población de Moia Moia; de hecho, la palabra “Moia” significa “naufragio” en criollo caboverdiano, por lo que no podíamos andar muy desencaminados. Como ya expliqué en entradas anteriores, los naufragios fueron un medio de vida en cierta época de la historia para los habitantes de estas islas. Llegamos a este pequeño pueblo y preguntamos dónde estaba el barco y cómo llegar; con orientaciones a base de gestos y criollo inentendible, proseguimos por un pequeño camino hasta que el coche no pudo más, y desde ahí nos echamos a caminar. Fue realmente poco el camino que tuvimos que recorrer a pie, pues el naufragio estaba realmente cerca; solo tuvimos que cruzar por la desembocadura de un pequeño riachuelo y nos encontramos a los pies de esta masa de hierro abandonada.
Se trata del navío Pentalina B que se encalló el 5 de junio de 2014, cuando realizaba la conexión entre Praia y Boa Vista. Lo supimos porque aún conserva restos de su nombre en la popa de babor. Por suerte, los 85 pasajeros que se encontraban a bordo, sobrevivieron. Por lo que he podido averiguar en las noticias, se debió a una negligencia humana, y durante el año 2015 todavía tenían esperanza de poder sacarlo de allí. Sin embargo, en 2021 ya es una chatarra inviable que ha sido dejada para que el mar la devore lentamente. A los pies del barco se conserva todavía la pasarela de rocas que se construyó para facilitar la descarga del ferry y el rescate de los pasajeros; esto te permite aproximarte muchísimo a esta mole oxidada.
Lamentablemente este día salí sin la cámara de fotos, por lo que solo puedo compartir las que hice con el móvil.
Al regresar, en el pueblo de Moia Moia, nos encontramos a unas personas machacando caña en el trapiche, para después poner a destilar su jugo y producir un buen grogue.
Fecha: 17 de abril de 2021
Este otro resto de naufragio fue algo más complicado de encontrar, pero lo que sí que me ha sido imposible averiguar es el origen de este “destroço”, como les denominan en Cabo Verde. Por más que busco en google, no encuentro absolutamente nada de información sobre el segundo armazón de hierro oxidado al que nos aventuramos a visitar.
Probablemente sea mucho más antiguo que el Pentalina, pues los restos son muy poco, y probablemente se desvanecerá en los próximos años. Mientras tanto, allí se encuentra, en las inmediaciones del pueblo de Achada Ponta, al otro lado de la Ribeira de Cumba, donde los pobladores siembran cebollas, cocoteros y caña de azúcar, aprovechando la poca agua dulce que debe quedar en las profundidades del suelo. Allí, en la desembocadura, se forma una pequeña playa que los pescadores de la zona utilizan para estacionar sus barcas de colores.
Como decía, desde Achada Ponta, bajamos con el coche hasta los campos de cultivo, donde ya consideramos que seguir avanzando sería arriesgado. Desde allí, a pie, cruzamos la ribeira y caminamos un buen trecho por un camino que circula paralelo a la costa, desde la que los pescadores nos miraban curiosos, hasta llegar a los pies del naufragio. Estos restos están deterioradísimos, y no se puede ni averiguar que tipo de barco era ni qué función tenía.
Aunque en esta ocasión nos quedamos con las ganas de conocer la historia del navío, por lo menos nos sirvió para disfrutar de una jornada de paseo y de un buen rato mirando el horizonte mientras las olas batían contra el cascarón metálico y los vientos alisios maltrataban nuestros rostros.