Cerca de Bogotá, y aprovechando uno los múltiples viajes a esta gran ciudad, me di una escapadita de fin de semana hacia las famosas minas de sal de Zipaquirá. Me habían contado que en el interior de la mina habían tallado una gran iglesia, la llamada Catedral de Sal, primera maravilla de Colombia, lo cual me llamaba mucho la atención.
En realidad, aunque es bonito, al interior no hay tanto como “una catedral excavada en la roca” sino, más bien, el aprovechamiento de los túneles que se usaron para extraer sal, donde han colocado algunas tallas de cruces y en una de las salas principales, bancos, una cruz grande y alguna figura tallada en sal.
Es un lugar bastante bonito en realidad, sin embargo, le han puesto unas luces de colores que van cambiando, lo que da aspecto de estar en disneylandia o un casino. Bastante peculiar decoración, sumada a la gran cantidad de turistas hizo que no disfrutase tanto la visita como la tenía planteada. Sin embargo, el pueblo de Zipaquirá, es colonial, lleno de casitas de colores, con tejas y balcones. Una preciosidad declarada patrimonio histórico y cultural de Colombia.
Desde allí me fui a Nemocón, un pueblo más pequeño, donde me contaron que existían otras minas de sal mucho más modestas pero más auténticas. Y así fue, una pequeña mina de sal, sin tantas luces de colores y mucho más impresionante que la de Zipaquirá. Allí rodaron la película de “Los 33” con Antonio Banderas, donde simularon el episodio de los mineros Chilenos encerrados en la mina San José durante 69 días, y que afortunadamente salieron con vida. Allí tienen todavía algunas muestras de los decorados de la película, y están muy orgullosos de ello.
Finalmente, me dirigí hacia el pueblo de Guatavita, con intención de visitar la laguna con el mismo nombre (Laguna del Cacique de Guatavita), famosa por los hallazgos en piezas de oro al fondo de esta, con la mala suerte de que estaba cerrada al público durante esos días debido a la “remodelación de los baños”. Parece que los pueblos Muiscas que habitaban esta zona, hacían una ceremonia, “el acto de investidura de poder de los jefes muiscas que se celebraba en la laguna de Guatavita, en el cual el heredero del cacicazgo cubría su cuerpo con oro en polvo y acompañado del pueblo arrojaba oro y esmeraldas como ofrenda a los dioses“. Como es habitual, han existido varios intentos a lo largo de la historia de drenar esta laguna, sin embargo nunca ha podido llevarse a cabo.
Tuve que conformarme con visitar el pueblo y dar un paseo hasta los pies del embalse Tominé, que esconde bajo sus aguas a Guatavita la vieja, que quedó sepultada cuando este fue creado con el desbordamiento de las aguas del río Bogotá.
Para saciarme del todo, regresé a Bogotá para visitar el Museo del Oro, que esconde las mejores piezas doradas del país, y donde se encuentran la mayoría de los tesoros que la laguna de Guatavita escondía bajo sus aguas.