Rio de Janeiro, la ciudad soñada

En octubre fui invitado a participar en el III Encuentro Latinoamericano de Áreas Protegidas e Inclusión Social, que se llevó a cabo en Niterói, una pequeña ciudad anexa a Rio de Janeiro, separada de esta por un puente. Esta oportunidad fue única, no solo por poder participar en este importante evento, sino por poder visitar la fabulosa ciudad de Rio de Janeiro.  

Desde el hotel en Niterói se podía ver la ciudad de Rio, con sus montañas y su cristo redentor en lo alto. Durante todos los días del evento, el clima fue espectacular, pero tuve tan mala suerte que los dos días que me quedé de turista por Rio, se nubló, y apenas pude hacer fotos decentes desde las alturas. Sin embargo, la experiencia fue maravillosa.  

Sin duda, si hubiese existido un dios, habría pensado en este emplazamiento para colocar una ciudad. Creo que es uno de los entornos más bonitos que he visto en mi vida para una gran ciudad. El ambiente amigable de los habitantes de esta ciudad, sumado al toque colonial lleno de azulejos, y las playas, todo mezclado entre gigantes montañas de piedra cubiertas de vegetación tropical, hacen que esta ciudad te enamore en un primer vistazo.

Para pasar de Niterói a Rio hay unos ferrys que te cruzan tipo transporte público, cargados de gente y que te dejan en los alrededores del centro (o zona antigua) de la ciudad. Allí me subí al metro por la estación “Carioca” y decidí posponer esa parte de la ciudad para otro momento.      

La primera visita obligada fue subir al Cristo Redentor o Corcovado, sumido entre los densos bosques del Parque Nacional da Tijuca. Subí en unas furgonetas que salen desde la playa de Copacabana, y una vez arriba pude comprobar que el tamaño de esta estatua no es tan impresionante como uno lo imagina. Lo que sí es impresionante es la cantidad de turistas apelmazados a sus pies, haciéndose selfies o fotos con las manos abiertas imitando a la estatua (hasta hay unas colchonetas para que la gente se tumbe en el suelo a hacer fotos). Las vistas prometían ser espectaculares, y de hecho lo habrían sido si no hubiese estado todo nublado. No vi nada!!

Las fabelas de camino al Cristo Redentor
Ni él es inmune a las palomas

Descendí y caminé hacia el barrio de Santa Teresa, lleno de azulejos, graffitis y restaurantes clásicos. Allí comí en el Bar del Mineiro, donde me metí una feijoada que me dejó con el cerebro a medio rendimiento. Desde allí me fui aproximando a pie hasta el barrio de Lapa, conocido por las fiestas nocturnas y sus bares modernos. Hasta allí llegué descendiendo la escalera de Selarón, decorada con millones de azulejos de colores por el artista del mismo nombre; un punto muy bonito y relajado donde sentarse a descansar un rato. El barrio de Lapa me sorprendió por lo lleno de yonkis que está; nunca al nivel de São Paulo y cracolandia, pero bastante temible también. Pude hacer una foto discreta al acueducto y caminar por sus calles bien alerta, hasta llegar a la moderna Catedral de Rio, donde me sentí más tranquilo y seguro.

Desde allí me dirigí al teleférico que te sube al monte Pan de Azúcar, tan nublado que parecía que las cabinas colgantes se perdían para siempre en la densa niebla. Ya no había esperanzas de que saliese milagrosamente el sol, por lo que decidí subir aunque no hubiese buenas vistas. Sin embargo, cuál fue mi sorpresa, que en lo alto se podían ver los picos de las montañas, y entre ellos el Corcovado, sobresaliendo de un mar infinito de nubes. Las vistas, aunque no fueron las clásicas, fueron espectaculares. Allí pasé un buen rato viendo el atardecer en el horizonte.

A la noche me fui a pasear por la playa de Copacabana, la cual, he de reconocer que no me llamó nada la atención, una playa gigante, con partidos de voleyball allá donde mires y chiringuitos bastante poco llamativos. Lo que sí me encantó en la zona fueron las múltiples petisquerías o bares de tapas. Al estilo portugués pude disfrutar de diversas comidas clásicas cariocas bien mezcladas con cerveza helada. Creo que este es el lugar de todo Latinoamérica donde mejor han comprendido el concepto de cerveza fría.

A la mañana siguiente me dirigí hacia el Parque Quinta da Boa Vista. Yo me dirigí ilusionado hacia este lugar para revivir en primera persona aquella historia que Javier Moro me había narrado hacía unos meses en el libro “El Imperio eres tú“, la historia de Pedro I “emperador de Brasil” y la historia de la independencia de este país. Esta quinta era el jardín privado del palacio de San Cristóbal, donde la familia real portuguesa que se instaló al llegar a Rio huyendo de las tropas de Napoleón. Actualmente es el Museo Nacional de Rio de Janeiro, que tiene exposiciones de ciencia e historia de la ciudad; y donde se conserva una modesta sala con algunos de los muebles originales de la familia real.

Estatua a Leopoldina de Austria (primera esposa de Pedro I) junto a dos de sus siete hijos. El pequeño, Pedro II sería el segundo (y último) emperador de Brasil. Leopoldina murió en su octavo parto.

Por la tarde, y previa parada en el barrio de Botafogo, para ver el Pan de Azúcar desde abajo, me dirigí al centro histórico de la ciudad, donde paseé por callejuelas desérticas (los domingos no hay nadie en las calles) en los alrededores del puerto. El paseo marítimo está reformado y han construido un museo modernista al que no entré porque había unas colas terribles “Museu do amanhã”. Pude pasear por todo este casco antiguo y visité lugares como la Plaza XV con su Chafariz do Mestre Valentim, la Antigua Catedral de Carmo, el antiguo palacio imperial reconvertido en centro cultural, el arco de teles y la asamblea legislativa. También conocí el teatro municipal, la iglesia de la Candelaria y el monasterio de San Bento. Muchas callejuelas muy bonitas y agradables.

Hacía mucho que no veía una cabina telefónica, pero nunca me habría esperado todo lo que la rodea…

Mientras paseaba por el centro, se iba despejando poco a poco, y tras pensármelo mucho, decidí volver al Cristo Redentor para ver si lograba fotografiar las vistas. Esta vez subí en unos trenes que salen desde Santa Teresa, y llegué a tiempo para disfrutar de unas vistas parciales, pero que indudablemente eran mucho mejores que lo del día anterior. Aquí me quedé un rato y después bajé a ver el atardecer en la playa de Ipanema.

Estadio de fútbol de Maracaná

Esta playa me pareció sin duda, mucho más bonita que Copacabana, y desde unas rocas llamadas “Pedra do arpoador”, un lugar que separa las dos playas, y donde las parejas se sientan a recibir la brisa del mar, me quedé un rato viendo el horizonte. Después paseé por la concurrida playa de Ipanema hasta que mi amiga Iara vino a recogerme para ir a cenar a las orillas de la Laguna de Freitas, donde nos despedimos y le agradecí por la invitación al evento en Niterói.

Rio de Janeiro es uno de esos lugares imprescindibles y que todo el mundo debería conocer. 

Y aprendí que este lugar también sirve para manifestarse y pedir la expulsión de presidentes no electos

Fecha: 19 al 22 de octubre de 2017  

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