Amanecimos en Mindelo, de nuevo, frente a la diva de los pies descalzos, Cesária Évora, inmortalizada sobre una gran fachada amarilla. Para recorrer la isla de São Vicente, teníamos alquilado un coche, que nos esperó puntual en la puerta de nuestro hotel. Cabo Verde para esto es maravilloso; sin formalidades de ningún tipo más que hacer el pago y coger las llaves.
Nos dirigimos para abrir boca al Fortim do Rei, en lo alto de la ciudad. Se trata de las ruinas de una antigua fortaleza construida en 1852 con función defensiva de la ciudad. Una vez arriba, nuestros ojos no daban crédito; lo que podría ser una atracción turística de la ciudad y un pedazo importante de la historia del país, se encuentra completamente abandonado, lleno de grafitis y con olor a orina. Al punto que da un poco de miedo asomarse al interior por temor a lo que pueda pasarte; la sensación de inseguridad en este sitio tan aislado, es grande. Desde allí arriba se pueden contemplar las mejores vistas de Mindelo; así que hicimos una foto rápida y salimos escopetados.
La visita clásica a esta isla consiste en la ascensión al Monte Verde, área protegida desde la que los días despejados se divisan todos los rincones de la isla. Este no fue nuestro caso, pues una densa niebla cubría tanto la zona que no se veía nada a dos metros de distancia. No obstante, continuamos la ascensión por carretera hasta llegar a un control militar que protege los equipos de telecomunicaciones. Allí nos mandaron detener el coche y un amable militar nos indicó que le siguiésemos. Entre la niebla y sorteando rocas, llegamos al punto más alto de la isla. No había mucho que ver ni disfrutar; a la neblina se le sumaba un sol que, potenciado por la bruma, quemaba los ojos. Por el camino encontramos grupos de personas haciendo picnic disfrutando del fin de semana, y un grupo de jóvenes grabando un videoclip improvisado.
Tras este paseo, agradecimos mucho a nuestro silencioso acompañante y descendimos por los sinuosos caminos, parando en un par de miradores en momentos en los que se aclaraba un poco y se llegaba a apreciar la ciudad y los límites de la isla; poco más. Aquel parque natural nos dio la impresión de páramo desolador, al que debemos regresar para contemplar en su verdadero esplendor.
Con tanta curva, ya estábamos deseando tomarnos una cerveza tranquilamente en la playa, por lo que nos dirigimos hasta Salamansa, un pequeño pueblo de surfistas donde relajarse y pasar un día completo echado en la arena. Sin embargo, la cantidad de plástico y basuras se van acumulando, quitándole un poco el aspecto de paradisiaco que debería tener, con su playa encajada al borde de unos acantilaros arenosos muy bonitos. Allí encontramos familias bañándose y cuidadores de caballos dando unas carreras al borde de las olas, concluyendo en un baño salado que fue gloria bendita para los equinos. Este lugar nos fascinó, nos habríamos quedado con gusto el día completo o incluso habríamos dormido allí.
Lo contrario nos pasó con Baía das Gatas, que tiene una playa, quizás, más espectacular que la de Salamansa, pero debe ser el balneario de fin de semana de São Vicente, pues cientos de familias, con altavoces y picnics se aglomeraban en cada rincón de su gran playa, produciendo un escándalo y un fiestón considerables. Quizás en alguna época pre-COVID, nos habríamos animado a pasearnos entre el tumulto de gente, pero en esta ocasión, decidimos verlo de lejos y seguir hasta el siguiente destino.
Lo más monumental de la isla quizás fue lo que nos encontramos en el camino hacia Calhau. Esta carretera transcurre paralela a la costa norte de la isla, y, sin asentamientos humanos, tiene una playa virgen de varios kilómetros protegida por gigantes dunas de arena blanca. Además, con muy buen gusto, han colocado varios miradores en el camino que dan acceso a estas dunas, por las que uno puede pasearse y disfrutar contemplando el horizonte. Si no fuese tan violento el mar, hasta se podría bajar a la playa para disfrutar de un buen chapuzón, pero Cabo Verde tiene fama de tener unas corrientes muy peligrosas, por lo que si la playa en cuestión no es considerada lugar de baño público, mejor ni intentarlo, pues es muy probable que desaparezcas devorado por el Atlántico.
Después de parar en todos los miradores que encontramos por el camino, llegamos hasta Calhau, un minúsculo pueblo que tiene una zona rocosa al borde del mar donde nos encontramos con un grupo de personas tomando cerveza y dando saltos de cabeza al agua. Todo el mundo se lo pasa en grande los domingos!
Para concluir el día, como nos moríamos de hambre, paramos en Mindelo de nuevo para almorzar, y aprovechamos para hacerle una visita rápida a la tumba de Cesária Évora, a la que tanto nos habría gustado poder ver cantar. Una lápida modesta, con conchas a su alrededor, cercana a la puerta del sacrosanto, parece que declama eternamente “sodade, sodade…”
Finalmente, en el camino hacia São Pedro, un pueblo de pescadores donde se encuentra el aeropuerto, nos encontramos un barco encallado, de nombre Leopard, que por lo que he podido averiguar en internet, se quedó atrapado el 1 de septiembre de 2011 con 450.000 litros de gasóleo en su interior. Tras la inoperancia por parte de los propietarios, el navío pasó a ser parte del estado caboverdiano, quien aprovechó el combustible y evitó una catástrofe ambiental, pero nunca retiró el navío de la costa. A día de hoy, se trata de una atracción turística que todos los visitantes de la isla pueden disfrutar en el camino entre el aeropuerto y la capital.
A San Pedro solo nos asomamos para contemplar su playa y ver el faro situado en lo alto de los acantilados adyacentes. La gente tomaba el sol y disfrutaba del sosiego de su domingo a la puerta de sus casas.
Después subimos al avión y regresamos a la isla de Santiago. ¿Saben quién recibe y despide a todos los visitantes de la isla?
Fecha: del 4 al 25 de septiembre de 2020
Ruta: Isla de Santiago – Isla de Fogo – Isla de São Vicente – Isla de Santo Antão – Isla de São Vicente – Isla de Santiago