Fecha: 12 al 18 de noviembre de 2022
Gracias a mi trabajo, tuve la suerte de pisar Egipto por primera vez. En esta ocasión me enviaron a la COP de Cambio Climático que se llevó a cabo en Sharm-el-Seij, con escala de una noche en El Cairo, tanto a la ida como a la vuelta. Y, como no podía ser de otra manera, me las arreglé para conocer esta legendaria ciudad aunque fuese en apenas dos días. Debo reconocer que me cundió bastante.
Mi llegada fue como a las ocho de la noche, y me hospedé en Wust el-Balad, el centro de la ciudad, situado en la zona este del río Nilo. Desde la llegada al hotel, todo ya me pareció sorprendente. Entré en un portal destartalado con un ascensor en ruinas que todavía funcionaba, y subí hasta una plata cuarta o quinta, no lo recuerdo. Las puertas se abrieron en un descansillo igual de arruinado que la entrada principal; pero cuando me abrieron la puerta, el hotel estaba totalmente reformado; con un lobby bonito, moderno y limpio, al igual que la habitación. La vista desde la habitación era un patio interior horroroso, pero ese exotismo me pareció fantástico desde el primer momento.


Llevaba miles de horas viajando, pues el avión pasó por Toronto y París antes de llegar a su destino (recordemos que todavía me quedaba un tramo hasta el destino final), por lo que me moría de ganas de comer algo rico o de pasear un poco, cosa que pensé que no podría hacer dadas las horas. Como vi que la zona se mantenía con vida, bajé a pasear un poco y comerme algo. Me quedé gratamente sorprendido cuando vi que la vida seguía y seguía, y que por más tiempo que yo pasase en la calle, casi todos los comercios seguían abiertos y los transeúntes seguían circulando. Nunca había estado en una ciudad árabe de las que nunca duermen. Después de comerme un shawarma y un helado de pistacho, me regresé al hotel, pues temprano pretendía dirigirme a las famosas pirámides de Giza.


Por la mañana el bullicio presenciado en la noche se intensificó por mil. Las calles estaban repletas de vehículos de todo tipo, coches, motos, carros, caballos, minibuses y bicicletas. Una amalgama de modalidades de transporte que convivían en un pequeño caos de cláxones y gritos mantenía un murmullo constante en la ciudad. Antes de salir, había comprobado si, por casualidad, funcionaba uber; y no solamente funcionaba, sino que era muy barato, sirviéndome también de referencia del precio que debería pagar hasta las pirámides, a las que finalmente opté por ir en ese transporte.


Por el camino yo iba como loco queriendo apreciar las tres pirámides en el horizonte, pero el smog y la neblina del desierto era tal, que apenas se apreciaban unas siluetas que sobresalían entre las casas. Estaba un poco preocupado de no poder fotografiarlas después de haber recorrido medio mundo para estar allí…

La llegada a la puerta del conjunto monumental la hice muy temprano, antes de que llegasen los cientos de miles de buses de turistas que se desplazan hasta allí cada día. Me sorprendió mucho lo tranquilos que fueron, en general, todos los cazaturistas, pues me ofrecieron tours guiados, paseos en camello, y todo tipo de souvenirs, pero el acoso fue bastante menos que en otros países. Quizás al verme solo y caminando con la cámara de fotos, prefirieron no insistir demasiado, pues no tenía yo pinta de dejarme seducir por un sujetapapeles en forma de pirámide.
Imagino que lo que voy a decir a continuación debe estar escrito diez millones de veces antes de que yo lo haga, pero la realidad es que, por mucho que uno haya visto imágenes del lugar, videos y escuchado historias, verlo en vivo y en directo es algo verdaderamente impresionante. Estas maravillas de la humanidad se te echan encima y te atrapan de una forma especial. Creo que es de las cosas más sorprendentes e impactantes que he visto nunca en mi vida.

Lo primero que hice fue dirigirme a la entrada de la gran pirámide de Keops, que primero desciende por un pasillo estrecho donde y posteriormente sube por unas escaleras hasta llegar a la cámara del rey, totalmente vacía y con un sarcófago también vacío. La sensación de claustrofobia se completa con un mix de estrecheces, gran cantidad de gente, calor, poca ventilación y mucha humedad. Las gotas de sudor me caían a chorros mientras recorría esos pasadizos rodeado de desconocidos. En la cámara tiré un par de fotos del sarcófago y salí de allí lo más rápido que pude, pues si me quedaba un poco más de tiempo iba a acabar yo mismo momificado. Lo bueno después de salir de allí, es que el calor de fuera te parece hasta agradable. Aunque estoy exagerando, debo reconocer que el día, aunque soleado, rondaba los 25 grados centígrados, por lo que el calor no era para nada asfixiante.





El recorrido es sencillo y bastante amplio, ya que no sigue un recorrido exacto y uno puede desplazarse libremente por donde considera. Esto da gran libertad y te libra de los agobios de los turistas. Aunque había muchísima gente, la realidad es que la sensación en muchas ocasiones era de estar solo, pues el espacio es tan extenso que no da pie a las aglomeraciones. Fui paseando poco a poco, disfrutando de las vistas y tomando fotografías; el cielo fue despejándose un poco y la visibilidad del monumento mejorándose. Paso tras paso, y después de haber fotografiado de mil formas diferentes a las tres pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos, llegué a la Gran Esfinge, que se supone que representa a Kefrén. Lo impresionante y paradójico es que estamos hablando de estructuras que tienen más de 4.500 años de antigüedad y ahí siguen, erguidas, pese a todo.














La Gran Esfinge me sorprendió menos que las pirámides; aunque también es espectacular e impactante, me la imaginaba algo más grande. En cualquier caso, te deja boquiabierto y ojiplático con su belleza. El espacio alrededor permite fotografiarla sin problemas y casi sin que salgan turistas en las imágenes tomadas. Sorprende un poco que no haya carteles explicativos de nada, aunque la realidad es que este lugar se explica por sí mismo.
















Finalmente emprendí camino hasta unas colinas adyacentes desde donde supuse que se podía tomar la panorámica de las tres pirámides con algo de perspectiva. Caminé a través del conjunto, pues aparentemente no hay caminos por ese lugar, hasta llegar a una carretera y un aparcamiento-mirador, desde donde varias vans de turistas bajaban para subirse a los dromedarios y hacer las típicas fotos para Instagram. Hay que reconocer que las condiciones en las que se encuentran estos animales dejan bastante que desear; están esqueléticos, sucios y desprenden una imagen triste y cansada. Aun así, cientos de personas suben en ellos cada día para inmortalizar sus recuerdos de Egipto. Tomé mis fotografías y me dispuse a regresar al punto de origen, pues tenía que volver a la ciudad, recoger mi maleta y dirigirme al aeropuerto para realizar el último tramo del viaje.











Me llevé en una mañana un recuerdo fantástico este lugar, que nunca pensé que iba a conocer de esta manera. Al regreso pasaría otro día entero en El Cairo, por lo que aprovecharía para conocer la ciudad.