Ya estamos en Uganda, previo paso por la frontera. Sin mayores complicaciones salvo la conducción por el lado derecho con el volante también a la derecha.
El entorno cambia, las carreteras se transforman súbitamente y volvemos a los agujeros y las polvaredas típicas de África. Venta ambulante de nuevo, suciedad y personas que te miran fijamente en cada aldea. Lo habitual, me siento en casa de nuevo…
En esta ocasión estamos nerviosos, nos disponemos a hacer algo que probablemente solo vamos a hacer una vez en nuestras vidas; la famosa visita a los gorilas de montaña, especie en estado crítico de conservación y que probablemente veremos extinguirse en un futuro no muy lejano (ojalá me equivoque). Lo que deberían ser unas montañas llenas de selva no son más que grandes hectáreas de cultivo en ladera, y como representación del paisaje originario queda en Uganda el Parque Nacional Bwindi Impenetrable Forest, patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Aquí se encuentran unos 300 gorilas, representando la mitad de la población mundial de esta especie. ¿Pueden hacer cálculos de cuantos existen en el mundo?
Solo permiten el paso de grupos de ocho personas, y todos tan emocionados que nos imaginábamos siendo Dian Fossey en “Gorilas en la niebla”, sin embargo, somos muy torpes y resbalamos por los barrizales del bosque tropical nublado. Mientras un hombre abre caminos con un machete, todos le seguimos en fila india y con el corazón en la garganta. De repente, detrás de un árbol asoma una cabeza curiosa; una gorila hermosa que nos observa un segundo y después sigue mordiendo la corteza de un árbol, donde pasa un buen rato dejando que la fotografiemos. No hay presencia del resto del grupo, dónde están??
Al rato, se aburre de nosotros y empieza a caminar bastante rápido ladera abajo. Apenas podemos seguirla, y con la velocidad, todos caemos por el barro en repetidas ocasiones. Algunas personas adelantan a otras mientras caen. Algo divertido y estremecedor a la vez, teniendo en cuenta que hay animales de muchos kilos en algún lugar entre la maleza, y no solo hablo de gorilas.
Finalmente la alcanzamos de nuevo, y encontramos a su familia, un grupo de unos 10 o 12 individuos que comían indiferentes a nuestro alrededor. El único que nos hizo el “show” fue uno de los pequeños, subiéndose a unas ramas y colgándose delante de nosotros observándonos curioso. Un espectáculo; pero sin dudas, el tremendo porte del jefe del grupo, y espalda plateada es lo más impresionante de la visita.
A la vuelta nos fuimos con el corazón contento y vimos algunos elefantes de montaña a lo lejos, por lo que la visita fue completa. Me habría quedado allí durante días, pero mi bolsillo no lo permitiría. y esta gente de la selva merece un poco de intimidad también.
Sin duda, una experiencia que hay que hacer en la vida, se la recomiendo a todo el mundo, no se arrepentirán.
Joder! qué envidia más cochina que me das! La verdad es que te lo montas de P.M. Enhorabuena por la experiencia y por las fotos. Espero que cuando viste el camaleón te acordaras de mi.