En 2009 visité por primera vez Brasil, y por aquel entonces llegué en barco desde Perú, haciendo parada en la isla de Santa Rosa de Yavarí (Perú) y entrando por Tabatinga hacia Brasil, prosiguiendo mi camino hacia Manaos. En este punto se juntan tres países amazónicos, Perú (Santa Rosa), Brasil (Tabatinga) y Colombia (Leticia), y en esa ocasión no hubo tiempo de pasar hacia Colombia ni por un ratito.
Ocho años después, y con unos años de viajes en la espalda, he tenido la oportunidad de visitar Leticia, el punto que me faltaba para haber puesto el pie en los tres países de esta bonita triple frontera aislada del mundo.
Llegando a esta ciudad desconectada del país y metida en mitad de la selva, pude ver desde el avión unas masas de bosque como nunca antes había visto. Selva, selva y más selva, pareciera que no tiene fin, y sin civilización aparente. Impresionante de verdad pensar en cómo se consiguió mantener este puesto fronterizo cuando aún luchaban los países por mantener las fronteras y se conformaba el continente, porque el aislamiento que tiene esta ciudad del resto de Colombia es total.
Al ir solo y no disponer de mucho tiempo es complicado visitar nada en esta zona si uno no hace una inversión de dinero medianamente alta. Quería haber visitado del Parque Nacional Natural Amacayacu, pero parece que unas inundaciones destrozaron toda la infraestructura y han cerrado el acceso a visitantes. Todos los paseos que se ofrecen por la zona suelen estar organizados para grupos, y lo que suponga salirse un poquito de lo estándar ya no tiene facilidades o se tarda en llegar. Parece que me estoy justificando para explicar por qué hice el tour que hice, pero lo cierto es que pude navegar por las aguas del río Amazonas (o Solimões, como lo llaman los brasileños en este tramo) y visitar el bonito pueblo ribereño de Puerto Nariño.
Salimos por la mañana y de camino al primer punto de interés de la ruta, uno va viendo las diversas casitas flotantes o sobre pilotes. Se queda impresionado con los barcos de todo tipo que existen en esta margen costera y fantasía con subirse a un carguero de nuevo con su hamaca y viajar relajado 10 días hasta Belém do Pará o Macapá.
Proseguimos, y la primera parada, como era de esperar en este tipo de paseos, fue en una comunidad que tiene “animales en recuperación para después soltarlos en la naturaleza”. La impresión que me dio es que todos esos animales eran capturados para enseñar al turista y que en ningún momento volverán a vivir libres en la selva. Sea lo que fuere, pude ver de cerca algunos exóticos animales amazónicos con cara de pena.
La siguiente parada fue en la llamada “Isla de los Micos” (o Isla Arara), donde habitan cientos de monos titíes ardilla. El motivo de esto solo lo puedo contar en palabras de Javier Reverte en su libro “El río de la desolación“, el cual recomiendo fervientemente:
“Sin duda de ninguna clase, el tipo más querido de Leticia está en la cárcel desde hace casi veinte años y se llama Mike Tsaliki. Se trata de un norteamericano de origen griego que se instaló en la ciudad en la década de los setenta del pasado siglo para iniciar en la región el negocio del turismo. Construyó el Hotel Tikuna y, a su lado, un pequeño zoológico. Arrendó al gobierno la isla de los Micos, a una media hora en barco desde Leticia, y estableció allí un centro de turismo y observación de la naturaleza. Exportaba a Europa y Estados Unidos animales silvestres, cuando este negocio no había sido todavía prohibido. También se ocupaba de negocios de exportación de madera.
Tsaliki tenía gran prestigio en la ciudad. Ayudó a construir el primer hospital y donaba dinero para diversas obras sociales. Según cuentan, era tan simpático como generoso. Pero un día de 1985, una lancha patrulla de la DEA norteamericana interceptó su barco en el río y, en lugar de encontrar madera, dio con un cargamento de cocaína. Fue a parar a una cárcel norteamericana, donde todavía está cumpliendo la pena.”
Allí haces una parada y cientos de monos se te suben por la cabeza y si te descuidas te orinan encima. Todo porque los encargados de cobrarte la entrada les dan plátanos constantemente y les orientan para que se suban por encima de los turistas. Lo peor de la isla es ver a las comunidades indígenas posando para la foto y esperando recibir algún tipo de propina a cambio.
La siguiente parada fue en una estancia llamada Reserva Natura Park, muy agradable y donde comimos muy bien. Tenía unas lagunitas con muchas plantas de Victoria regia. Un lugar muy bonito para relajarse un rato y que no se veía mal para hospedarse en un futuro.
Posteriormente nos introdujimos por unas zonas de bosque inundado que hay frente a Puerto Nariño y pudimos ver algunos delfines rosados saltando a nuestro alrededor; y una vez en Puerto Nariño subimos al mirador para contemplar la imponencia de la selva desde lo alto. Este pueblito es muy tranquilo y me dieron ganas de quedarme, lo cual era imposible porque tenía que trabajar al día siguiente. Los helados de frutas tropicales que vende una señora frente a la torre de observación son una delicia, los recomiendo!
A la vuelta, y como no podía ser de otra manera, paramos en una comunidad de la cual no consigo memorizar el nombre (quizás Macedonia). Aquí los indígenas ticuna nos enseñaron sus trajes tradicionales e hicieron unas danzas. El típico sitio donde después te piden la propina y tratan de venderte todas las artesanías del mundo. Interesante ver los tejidos y los disfraces de mono con el pene erecto que usan los niños saltarines, pero triste ver el poco involucramiento y el desigual reparto de beneficios existente en esta zona…
Regresamos en la tarde y pude pasear por el malecón turístico de Leticia, donde me adentré por unas pasarelas a lo largo de la costa ribereña, y me encontré con un barrio entero que vive en casas sobre pilotes y se desplazan en pequeñas barcas. Muy interesante toda esta zona costera y los bonitos colores de las casas, que te producen un choque de sensaciones entre belleza por la decadencia y tristeza por los niveles de desigualdad y pobreza existentes en esta región del país.
Paseé por la plaza central y al atardecer me subí a la torre de la iglesia, donde se puede apreciar un espectáculo único. Millones de loros llegan desde lo más profundo de la selva para refugiarse en los diversos árboles de la ciudad de Leticia, donde, imagino, el número de depredadores será mucho menor. El griterío y las manchas de grupos de aves que van llegando te deja boquiabierto.
Hermosas estatuas por la ciudad de Leticia
Leticia tiene también un pequeño museo etnográfico y una biblioteca, los cuales merece la pena visitar si tienes tiempo, pues te muestra una serie de trajes típicos y utensilios de las diversas etnias indígenas que habitan y habitaban por la zona.
Y con tantas imágenes en la retina, el cielo se despidió rojo y naranja sobre los ríos infinitos de la Amazonía…
Fecha: 20-24 de mayo de 2017