Después de tres años haciendo averiguaciones para ir a este famoso lugar natural ecuatoriano, hallamos la manera de acercarnos sin tener que hospedarnos en uno de los desproporcionados e inaccesibles lodges que existen en el parque.
Es una de las visitas a limoncocha, conocimos a Freddy, líder comunitario Kichwa que nos dijo que existían unas cabañas comunitarias donde hospedarse al otro lado del río Napo, que sirve de frontera natural del Yasuní. Después de negociar un viaje de tres días y dos noches, nos adentramos río abajo, con Pablo como barquero y guía al cargo, hasta llegar a la altura del parque. El río Napo es una verdadera autopista por donde pasan todo tipo de barcos gigantescos, entre ellos cargadores con tierra, vehículos, maquinarias y personas; pero el que más nos llamó la atención fue un barco que es hotel al mismo tiempo, impresionante.
La primera parada fue en la cabaña de guardaparques situada a los pies de la comunidad Añangu, donde nos registramos e informamos de lo que pretendíamos visitar. El parque es inmenso, y nos dimos cuenta de la cantidad de comunidades y lugares visitables desde donde estábamos hasta la frontera con Perú en Nuevo Rocafuerte. En esta ocasión decidimos quedarnos en un espacio entre donde estábamos y la comunidad Sani Isla.
Pablo nos informó que las famosas cabañas donde íbamos a dormir en la zona de Pilche estaban a una hora caminando por la selva, y que unos amigos suyos habían abierto otras cabañas comunitarias en la zona de Sani, por lo que podíamos quedarnos esa noche allí y a la siguiente probar en las que nos había dicho Freddy. Ahí nos dimos cuenta de que estábamos un poco a la aventura, pues no había certeza de muchas cosas. Estas cabañas (llamadas Llikchary) son una iniciativa montada por unos jóvenes organizados de la comunidad. Resultó ser un lugar tranquilo, agradable y donde los chicos te dan buena conversación y simpatía.
A la mañana siguiente fuimos hacia Añangu para visitar los saladeros de loros y guacamayos, donde todas las mañanas, puntuales como un reloj, cientos de estas aves bajan a chupar las sales que tiene la roca. Refugiados en una pequeña cabaña pudimos hacer todas las fotos que quisimos a estos animales, en un silencio sepulcral donde solo se escuchaban los clicks de las múltiples cámaras. Después caminamos bastante tiempo por un camino hacia un saladero de mamíferos, donde diferentes animales suelen frecuentar para también nutrirse de sales minerales esenciales; tuvimos “suerte”, pues vimos a una huangana huir al vernos llegar. Por estas dos visitas, nos cobraron unos 30 USD por persona, y para visitar la laguna que está un poco más adentro de la comunidad, nos querían cobrar 100 USD a cada uno. Ahí nos dimos cuenta del abuso que existe en este Parque Nacional, donde los turistas que suelen llegar a los lodges de lujo de la zona, pagan lo que sea por entrar en los territorios, siendo así que cada comunidad te cobra su tarifa por entrar en los territorios. En las lagunas de Sani nos cobraron 25 USD por persona al día siguiente también, y así si quieres ir entrando a los diferentes atractivos del parque…
Por la tarde decidimos ir hasta las cabañas en las que nos íbamos a quedar originalmente, y después de caminar una hora y pico, coger una canoa por unos canales preciosos y adentrarnos bastante, llegamos a una cabaña sin paredes, sin habitaciones, sin nada. Más bien era un suelo de madera, un techo, y un espacio para acampar. Las tiendas de campaña las tenían, pero no había ni agua para ducharse ni para beber (y eso que nos habían prometido que habría de todo). Tuvimos entonces que caminar otra hora de vuelta, coger la barca de nuevo y dirigirnos a donde habíamos dormido la noche anterior, que sí reunía las condiciones suficientes para pasar la noche y cenar tranquilos. En definitiva, que si Pablo no hubiese conocido a esta gente, habríamos tenido que pasar las dos noches en este lugar donde no existían las mínimas condiciones. Menos mal que todo salió bien y disfrutamos mucho.
El último día por la mañana nos fuimos a las lagunas de Sani lodge, donde navegamos despacio y a remo observando las aves, y nos dirigimos hasta un mirador gigantesco que han construido en mitad de la selva. Aprovechamos también para relajarnos en el hall del hotel y tomarnos un refresco observando a las tortugas y los paisajes. Por la tarde, ya de regreso, y de nuevo en Añangu, vimos a las mujeres kichwa bailando y nos subimos a otro mirador inmenso que tienen allí, para despedirnos desde lo alto de este precioso parque y soñando con volver y descubrir los tantos atractivos que nos quedaron por descubrir.
Fecha: del 2 al 4 de noviembre de 2017