En esta ocasión, tuve la oportunidad de hacer una ruta rápida por algunos lugares sudamericanos que hacía tiempo que quería conocer. Comenzaría con un billete de ida hasta el aeropuerto de Viru Viru, en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) y con vuelta desde el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires (Argentina). En el camino recorrería aproximadamente 5.000 kilómetros, y vería tanta historia y paisajes tan diversos, que si no hubiese tenido siempre una cámara encima, me habría costado muchísimo recordar cada detalle.
Aterricé de madrugada en Santa Cruz, dormí en el hostal que tenía reservado y madrugué impaciente por conocer esta ciudad y salir de viaje hacia rutas salvajes. Esta ciudad tiene una conformación curiosa, diseñada en círculos concéntricos (conocidos como anillos) alrededor del casco histórico y de la plaza central. Caminé por las calles principales de la zona vieja y me llamaron la atención las casas coloniales y sus columnas sosteniendo los tejados rojos. Llegué a la plaza y pasé a ver la catedral, mientras afuera se preparaba la banda de la policía municipal para hacer sonar sus instrumentos a los pies de la estatua del Coronel Ignacio Warnes, libertador de Santa Cruz. Paseé por las cuatro calles pintorescas que tiene esta zona y entré (clandestinamente, porque la puerta estaba cerrada) al Museo de Historia Regional, un bonito edificio colonial con patio central que se está cayendo a pedazos y que alberga una colección muy deteriorada de la cultura chiquitana, costumbres e historia de la región.
Sin encontrar mucho más que visitar en esta ciudad, decidí coger un bus hasta la terminal bimodal de la ciudad, donde descubrí un transporte incómodo, inseguro y muy rápido; los trufis. Los trufis son unas pequeñas vans donde pueden entrar unas 10 o 12 personas, que pasan con más frecuencia que los autobuses y se movilizan en todas las direcciones siempre y cuando consigan llenarse.
Mi primer trufi se llenó rápido y salió a toda velocidad camino de San Javier; ¡por fin conocería la Chiquitanía, esta región de Bolivia con tanta historia y de la que tanto había oído hablar! Tras unas cuatro horas de viaje, alcancé a mi destino. El nombre de “Chiquitanía” se lo dieron los primeros españoles que llegaron allí; al encontrar un poblado abandonado y ver que las entradas a las viviendas tenían apenas medio metro de altura, pensaron que se trataba de habitantes “chiquitos”, pero sin embargo, resultó ser una estrategia de termorregulación y defensa ante mosquitos y otros animales.
San Javier fue la primera misión que establecieron los Jesuitas en esta zona de Bolivia, y su iglesia, hecha en madera tallada y pintada en colores amarillos preciosos, fue diseñada por el suizo Martín Schmid alrededor del año 1750. Esta iglesia fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1990, y todo el pueblo tiene un estilo y pintura que gira en torno a la construcción de esta. Aunque ya era tarde, e iba con la mochila a cuestas, conseguí que me la guardasen un rato en la alcaldía y entré al interior de la iglesia. Primero un museo con piezas originales de la época, desde tallados hasta instrumentos musicales y partituras, y después el patio, el campanario y el interior del tempo; todo tan impresionante y tan diferente a lo que había visto antes, que me dejó boquiabierto y feliz. Solo haber llegado hasta aquí ya hacía que el viaje estuviese amortizado.
Tras pasear un poquito por el pueblo, me fui a la carretera principal para encontrar un trufi que me llevase al siguiente destino, Concepción. Llegué cuando al sol le faltaba poco para esconderse, y aunque los museos y la iglesia cerraban a las 17:00 y aún eran las 16:30, ya no me dejaron entrar, recomendándome que lo intentase al día siguiente. Preocupado por el siguiente trufi hasta los otros pueblos que quería conocer (San Ignacion, San Miguel y San Rafael), me dijeron que no me preocupase, que “todo el tiempo pasaban trufis hacia todas partes”, así que dormí tranquilo y me desperté con calma para visitar por la mañana los museos misionales impresionantes que hay en Concepción. La iglesia, podría decir, que es más impresionante, si cabe, que la de San Javier, y por dentro, tiene rótulos que te explican muy bien las pinturas murales pertenecientes a diferentes épocas de la historia, además de la vida de los jesuitas. Lo que más se destaca es el hermoso campanario de madera tallada que luce junto a la fachada principal.
Tras unas cuantas fotos y admirar al máximo detalle todo lo que encontré, me dirigí a la carretera principal para coger el siguiente trufi, donde me advirtieron que ya no habría otro en la dirección en que yo quería ir hasta dentro de dos días. Así es, lo malo de este medio de transporte es que nunca sabes cuándo va a salir, en qué dirección y ni si se va a llenar… En ese momento me tocó tomar una dura decisión, y decidí que me perdería estos pueblos que me quedaban en ruta para regresarme por el mismo camino que había venido hasta Santa Cruz y desde allí tomar un transporte directo hasta San José de Chiquitos, a donde llegué anocheciendo. No obstante, la impresionante iglesia de piedra, toda iluminada, me recibió con una sonrisa. Yo con otra, le correspondí cenando en los alrededores de la plaza con una cerveza bien fría; el viaje no había hecho más que empezar…
Fecha: 1-18 de noviembre de 2018
Ruta: Santa Cruz de la Sierra (BO) – San Javier (BO) – Concepción (BO) – San José de Chiquitos (BO) – Chochis (BO) – Santiago de Chiquitos/Valle de Tucabaca (BO) – Corumbá (BR) – Passo do Lontra/Pantanal Sul (BR) – Bonito (BR) – Recanto Ecológico Rio da Prata (BR) – Pedro Juan Caballero (PY) – Asunción (PY) – Yaguarón (PY) – Encarnación (PY) – Trinidad (PY) – Jesús de Tavarangüe (PY) – Foz do Iguaçú (BR) – Porto Alegre (BR) – Rio Branco (UY) – Montevideo (UY) – Colonia del Sacramento (UY) – Buenos Aires (AR)