La Isla de Santiago se puede recorrer de punta a punta en algo más de una hora, dependiendo lo experto que uno sea con las curvas. En un par de ocasiones le hemos dado la vuelta a la isla y hemos dado ojeadas rápidas a los pequeños pueblos que uno se encuentra en su ruta. No obstante, y aunque puede dar sensación de pequeña, la cantidad de caminos empedrados y pueblos remotos perdidos entre las montañas, es enorme.
Espero que podamos dedicar estos años a descubrirlos poco a poco, y seguro que más de una joya escondida nos encontramos por el camino. En estas pequeñas aldeas parece que uno ha cambiado de país. El contraste con Praia es enorme, y el tiempo pasa muy lento, donde el decorrer de la vida es más semejante al de hace 50 años que al que vivimos en la capital.
En una de estas escapadas curiosas, llegamos hasta Porto Mosquito, un pequeño pueblo situado en la carretera que sale hacia el noroeste de la isla siguiendo la costa, atravesando Ciudad Velha y concluyendo en la playa principal de esta población.
Después de atravesar el pueblo pasando por la escuela, el parque principal y las varias casitas bajas de la calle principal, llegamos hasta su playa negra, donde varias barcas de colores rojos y blancos descansaban tras un día de pesca. Era domingo y los niños jugaban entre las rocas o capturaban pequeños pescados con hilos de nylon y anzuelos. Este lugar, aparentemente, sirve de punto de encuentro para los habitantes de Porto Mosquito, donde conversan entre ellos mientras los niños se bañan y juguetean.
La gente nos miró curiosa durante un rato mientras observábamos el horizonte sentados en el muro de piedra que señala el fin de la carretera. Después dejamos de llamar la atención y siguieron con sus actividades normales de domingo mientras la brisa del mar y la calma absoluta nos recordaba lo afortunados que somos de poder habitar este país hecho de roca.
Fecha: 5 de julio de 2020