Esta entrada iba a tener que subirla algún día, pues son dos de los destinos clásicos de la Isla de Santiago. Viviendo en Praia, de la que todavía no he compartido ninguna foto, dos de los destinos más habituales de la isla, son Rui Vaz y São Francisco. Ambos destinos son muy diferentes, pues uno se trata de playa y otro de montaña, pero son fácilmente combinables en el mismo día, debido al tamaño reducido de la isla.
Rui Vaz, aunque no podría considerarlo pueblo, pues las casas están muy esparcidas, es una población tranquila en lo alto de la montaña, desde la que se accede a diferentes senderos de trekking. Aunque todavía no hemos hecho muchos, hemos ido en varias ocasiones, tanto en temporada amarilla como en temporada verde (prefiero llamarlo así que temporada seca y de lluvias, pues prácticamente siempre es temporada seca). En este lugar se encuentra un hotel restaurante llamado Quinta da Montanha, donde uno puede relajarse con las vistas y las agradables temperaturas de esta zona de la isla. Desde aquí se puede acceder, por ejemplo, al Pico de Antônia, el punto más alto de la isla, pero también se puede caminar hasta São Jorge dos Orgãos, entre otros destinos. El paisaje cambia abruptamente entre las dos temporadas. En próximas entradas subiré fotografías si hago alguna de las rutas que salen desde este lugar.
São Francisco es la playa no urbana más cercana a la ciudad. Se trata de un espacio de arena ubicado entre acantilados y a sus lados dispone de pequeñas calas. Aunque es muy agradable paisajísticamente, es desolada en cuanto a servicios, por lo que no hay dónde refugiarse de la sombra ni dónde tomarse una cerveza o quedarse a comer. La única sombra en esta playa son unas acacias espinosas algo apartadas de la arena y donde estacionan los vehículos, por lo que, aunque es muy bonita, es también algo incómoda.
Se trata del lugar favorito de los caboverdianos para bañarse el domingo y echar el día (si es que no van a Tarrafal, que queda en la otra punta de la isla; ciudad de la que hablaré en futuras entradas). Aquí lo habitual es irse con la olla para hacer cachupa, la comida típica, una nevera llena de grogue y cervezas, y un altavoz enorme, para disfrutar del sol acompañado de la música del momento al mayor volumen posible.
Esta playa recibe cada año gran cantidad de tortugas marinas que llegan hasta aquí para desovar. Una asociación local resguarda los huevos y monitorea las eclosiones todos los años. No sé cómo afectarán los fiestones domingueros a la llegada de estos reptiles, pero el caso es que todos los años acuden puntuales a su cita.
Desde la playa, si uno camina en dirección sur, llega a unas cuevas de arenisca creadas por la erosión de la subida y bajada de marea a lo largo de los años. Se puede acceder a ellas, y aunque no son muy grandes, es bonito visitarlas. Por el camino hay algunos agujeros de piedra que bufan con el choque de las olas, y en ocasiones, lanzan chorros de agua hacia arriba. Esta playa es muy agradable para darse un paseo y quedarse en los acantilados contemplando a los pescadores que suelen faenar entre las rocas.