Fecha: 14 al 18 de agosto de 2022
Al igual que hice con la entrada de Manuel Antonio, voy a hacer con esta sobre Cahuita, donde ya hemos ido cuatro veces en apenas un año. Cahuita está, sin
Desde hace mucho tiempo que escuchaba hablar del paraíso tropical del caribe panameño llamado Bocas del Toro por los bufidos del agua saliendo entre recovecos de roca que escucharon los españoles al aproximarse a este archipiélago durante el tercer viaje de Colón al continente. Este lugar sirvió como lugar de descanso, toma de provisiones y reparación de la flota en el año 1502.
Para llegar desde Costa Rica es muy sencillo; en esa época todavía no teníamos coche y lo hicimos todo en buses. Una primera parada en Cahuita, lugar mágico del que ya he hablado en este blog, y un segundo bus hasta la frontera de Sixaola. Allí unas minivans te venden un paquete que incluye transporte y embarcación hasta la ciudad de Bocas, ya en el famoso archipiélago.
La primera tarde la pasamos en la densamente poblada ciudad de Bocas y paseamos entre las coloridas casas de madera características de la cultura caribeña. Lo que encontramos aquí es una amalgama de rusticidad, desarrollo desordenado y desigualdad. Todo en un espacio muy pequeño. La gente se mueve principalmente en bicicletas y los restaurantes muestran unos menús con unos precios inaccesibles. Las ratas campan a sus anchas por todas las esquinas, pero el cálido ambiente, la brisa marina y el sonido del oleaje, hacen que el visitante las considere como un elemento adicional en esta amalgama de sentimientos que se revuelve en tu interior.
A la mañana siguiente, en uno de los múltiples tours que ofrecen en la isla, visitamos Cayo Zapatilla, una minúscula isla de arena blanca rodeada de mar color turquesa. En su interior, un frondoso y pequeño bosque completa el territorio ofreciendo sombra y refugio. Aunque nos llovió, eso no impidió darnos el merecido baño en aguas cristalinas y darle la vuelta al cayo. Al regreso dimos unas cuantas vueltas en busca de delfines, y encontramos algunos grupos de ellos asomando sus aletas dorsales con gran alegría. La verdad es que los precios de los tours nos sorprendieron, pues después de analizar los precios de la alimentación en la isla principal, que el recorrido en barco durante todo el día con almuerzo incluido solamente valga 25 USD, es algo más que aceptable.
El segundo día lo dedicamos a un pedacito de la Isla de Bastimentos, que se supone que fue la isla que sirvió para aprovisionar los barcos de la flota del tercer viaje de Colón. De hecho, por eso mismo recibe ese nombre. Allí, aunque la isla es enorme y no pudimos visitarla entera, hay una playa llamada “Red frog”, de nuevo, con arena blanca y donde los turistas se quedan días enteros achicharrándose al sol. La red frog es una ranita flecha venenosa que puede presentar varias coloraciones; pero la más típica es la del cuerpo rojo con las patas azules, por lo que también es reconocida vulgarmente como la rana “blue jeans”. En realidad, el nombre científico es Oophaga pumillo, y nos muestra esos colores para advertirnos sobre su toxicidad. Mejor verla y no tocarla.
Aunque hicimos el camino de acceso a la playa (denominado “sendero Wizard”) con total atención a todos los recovecos del bosque, no vimos ni una. Solamente al regreso, un guía local que acompañaba a un grupo enorme de turistas nos ayudó a agudizar la vista y encontrarlas. En menos de 5 metros cuadrados vimos varias. Estuvieron ahí todo el tiempo y no éramos capaces de verlas. Alucinante.
Desde la playa, hacia el este, salen unos caminos que van serpenteando y deforestando el bosque de esta isla para sustituirlo paulatinamente por viviendas de ultra lujo. Lo que encontramos aquí fueron viviendas impresionantes frente al mar, cada una con una piscina mayor que la otra, con unos jardines bien cuidados y con sus buenos séquitos de sirvientes. No vimos helipuertos, pero seguro que los hay.
De regreso nos quedamos en la Isla Solarte, que no tiene ciudades ni centros urbanos importantes, pero sí tiene algunos hoteles bonitos con fondo azul turquesa. Como el poder adquisitivo del que disponemos no es para tirar cohetes, reservamos solamente una noche en uno de estos hoteles boutique, para evadirnos y disfrutarlo. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que el hotel estaba totalmente tomado por muchachos de entre 20 y 25 años, saltando en la piscina, escuchando música urbana a todo volumen y ocupando piscina y zonas comunes de una manera descarada. Las redes colgando hacia el océano atlático, la piscina con vistas al mar y el tobogán impresionante que prometían las fotografías del lugar, fueron algunos de los servicios que no pudimos disfrutar (las fotos nuestras son a las 7 de la mañana haciendo check out). Lo más sorprendente de esto, y que nos hizo reflexionar bastante, es de dónde sacan el dinero todos estos chicos franceses, para poderse permitir, con tan corta edad, disfrutar de un lugar en la otra punta del planeta. Algo que a nosotros nos cuesta reflexión y decisión, para ellos es un fin de semana de pura diversión cualquiera. Como diría Bob, “the times they are a-changin“.
El último día lo dedicamos a rodear por mar la Isla Colón, la isla principal donde se encuentra la capital, Bocas. La primera parada la hicimos en un islote en mitad del agua denominado “la isla de los pájaros”, que, como su nombre indica, está llena de aves anidando. Después de darle una buena vuelta, nos acercamos a contemplar las cuevas y recovecos de la roca moldeados por la erosión las olas golpeando sobre ellas. Realmente, la geología de este lugar es impresionante, y cada rincón sorprende.
Finalmente, y tras una breve parada en la Playa Boca del Drago llegamos a uno de los lugares “estrella” de Bocas del Toro, la Playa Estrella. Esta playa, como su propio nombre indica, está llena de estrellas de mar grandotas y naranjas, de la especie Oreaster reticulatus. Esta especie es la típica que se ve en las fotos de las playas caribeñas en manos de los turistas y fuera del agua. Parece que últimamente han tomado conciencia y están prohibiendo tocarlas. Esta playa, con el agua quieta como un plato y totalmente transparente, es una verdadera fantasía y un gozo total para el cuerpo y el alma.
El regreso lo hicimos en diversos buses, pero con muchísima suerte, pues según llegábamos a los lugares del trasbordo, inmediatamente aparecía el siguiente bus, que era el que nos llevaba al siguiente destino. Lo malo es que pasamos el día entero sin comer, pero llegamos en aproximadamente seis o siete horas hasta San José. Impresionante.