Fecha: 21 de octubre al 6 de noviembre de 2022
Con el apoyo de Sergio y Karina, conseguimos un transporte que nos llevaría desde Flores hasta la ciudad de San Ignacio, en Belice. Resultaba más rápido y cómodo tomar estas shuttles para turistas que plagan Guatemala que esperar por un bus indeterminado que nos llevase a la frontera, o al pueblo más cercano; caminar, y desde ahí, adentrarnos en el vecino país, Belice.
Este país, con una historia de piratas y artimañas británicas detrás, nace de una forma peculiar. Todo el territorio es de origen étnico maya, al igual que las zonas de la península de Yucatán y todo el noreste de Guatemala. Sin embargo, y debido al difícil acceso desde el interior hacia estas zonas costeras, los piratas y comerciantes británicos, conocidos como baymen, comenzaron a llegar por el mar y a asentarse en la zona, desde donde se internaban a los bosques para cortar caoba y otros recursos forestales. Con el tiempo, España otorga concesiones de uso forestal de los bosques pero nunca cede el territorio como tal a los británicos. Conocida como la Honduras Británica, tras la independencia de Guatemala, el Reino Unido se asienta con mucha más fuerza y termina por declarar a este territorio como colonia, otorgándole en 1973 el nombre que tiene actualmente. En este lapso de tiempo, Belice se independiza también (1981) y nunca regresa al territorio guatemalteco, lo que hace que este país lo reclame como parte del mismo desde entonces. Desde 2008, esta disputa se encuentra en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, quien tiene que determinar de forma definitiva si Guatemala tiene o no derechos sobre el territorio de Belice.
Tras cruzar la frontera, nuestra primera parada fue San Ignacio. Esta ciudad, que muchos conocen como El Cayo, tiene aproximadamente unos 20.000 habitantes de diversos orígenes, entre mayas originarios, menonitas, chinos, garífunas y descendientes británicos. El mercado de los sábados es un orgullo para todos, y varias veces nos preguntarons si ya habíamos ido a “la marqueta”. Esta desconocida palabra para nosotros, pronto empezó a tener un sentido. Tras escuchar e interactuar con los diferentes pobladores, nos dimos cuenta de que hablaban un español mezclado con inglés muy divertido, y, evidentemente, “marqueta”, viene de la palabra “market”.
La famosa marqueta es una amalgama de puestecillos de venta de frutas, verduras y otros productos, que se entrelazan con ventas de ropa o cachivaches de cualquier tipo. Allí nos comimos unas pupusas en un puesto de comida regentado por salvadoreños. Interactuando con las señoras que palmeaban las pupusas, descubrimos que había una población relativamente grande de salvadoreños viviendo en un lugar llamado Valle de Paz en Belice. Desde 1982 comenzaron a asentarse, huyendo de la guerra civil, y muchos de ellos han seguido llegando tras sentirse amenazados en el periodo del frenesí de violencia que vino después hasta la entrada de Nayib Bukele.




















También nos dimos cuenta de los precios exagerados que tienen los recorridos turísticos en este país. Habríamos hecho más cosas desde San Ignacio, pero los precios eran verdaderamente 4 o 5 veces más caros que en Guatemala. No obstante, pudimos visitar unas impresionantes cuevas a las que se accede en canoa, llamadas Barton Creek ubicada entre cultivos de menonitas (expertos en deforestación a gran escala). Este lugar se considera sagrado por los mayas y allí se llevaron a cabo muchos rituales religiosos, pues hay vestigios de ofrendas y restos humanos estratégicamente dispuestos en lugares específicos de la cueva. Esta impresionante cueva navegable a la que se accede con linternas, se puede penetrar en canoa durante aproximadamente 1,5 km, pero la longitud conocida es de un poco más de séis kilómetros y medio. El agua en su entrada es de color turquesa, lo que le da un encanto especial. Se trata de un atractivo turístico muy agradable.















Después nos fuimos hasta Xunantunich, uno de los lugares ceremoniales, políticos y comerciales más importantes de la zona en la época precolombina. Este nombre en maya yucateco significa “mujer de piedra” y se encuentra a pocos kilómetros de San Ignacio. Visitamos el lugar prácticamente solos, y pudimos recorrer las diferentes estructuras mientras nuestro guía nos contaba curiosidades sobre la historia de los restos arqueológicos y del país. Pudimos subir a la estructura más alta, denominada El Castillo, que tiene más de 1300 años de antigüedad y es la segunda estructura más alta de Belice, con unos 40 metros de altura. Desde la cima se puede ver el horizonte guatemalteco y su frontera con Belice, repleta de pequeñas humaredas. Por lo que nos contaron, muchos colonos del país vecino se asientan en pequeñas comunidades y establecen parcelas de ganadería o agricultura, contribuyendo a la deforestación estilo guyère que está ocurriendo en todos los bosques de mesoamérica.


































Nos habría gustado adentrarnos en la selva maya para visitar la ruina de El Caracol, que se encuentra entre las más importantes de la región; pero entre que los días eran muy justos y los precios excesivos de las visitas y desplazamientos en el país, optamos por continuar nuestra ruta hacia la costa. En este país se encuentra el se puede acceder de forma bastante simple al segundo mayor sistema de arrecifes del mundo (después del australiano). El Gran Arrecife Mesoamericano recorre durante más de mil kilómetros las costas de México, Belice, Guatemala y Honduras. Pero en este país se encuentra el tramo más extenso y mejor conservado.
Tomamos un bus de línea que recorrió con música caribeña y cientos de personas que subían y descendían, los 115 kilómetros que separan San Ignacio de Ciudad de Belice. No nos detuvimos en su capital, Belmopán, principalmente porque habíamos leído que era bastante insegura, y también porque no vimos demasiados atractivos como para adentrarnos por sus calles. El autobús recorrió muchos pueblitos ubicados al borde de la carretera, característicos por sus casas de madera subidas en pilotes y pintadas con colores llamativos, avisándonos que nos adentrábamos en otro mundo y otra cultura. Las poblaciones cada vez se fueron tornando más afro y la lengua pasó del español al inglés y al criollo.














En ciudad de Belice tomamos ese mismo día un barco que nos llevó a nuestro destino, Cayo Caulker, uno de los asentamientos humanos existentes en las varias islitas y cayos que tiene belice en el caribe. Si hubiésemos seguido un poco más en el mismo barco, habríamos llegado hasta San Pedro, la famosa “isla bonita” de Madonna. Aunque el videoclip mezcla a una Madonna vestida de bailaora y un músico latinoamericano que toca guitarra española con tonos flamencos, todo ello mezclado con melodías que poco recuerdan al Caribe, parece que sí se refería a este lugar, donde supongo que la señora no entendió nada.









Nos hospedamos en un hotelito con arquitectura caribeña, sobre pilotes y de color verde brillante, y ese día paseamos un poco por la tarde hasta ver el atardecer en uno de los puntos típicos del cayo, “The Split”, que es el límite norte de la isla, con vistas hacia el este y el oeste. Allí hay un lugar llamado Lazy Lizard donde miles de gringos toman el sol en hamacas mientras toman piña colada o mojitos. Nos hizo un tiempo fantástico, pero desde ese día comenzaron los rumores de que venía una depresión tropical y que probablemente tuviesen que evacuar la isla.












Tras varias conversaciones con tour operadores, conseguimos uno que no ofrecía el típico catamarán con barra libre y música a todo volumen. Era una compañía que aseguraba que no alimentaba a los animales en el paseo por la Reserva Marina Hol Chan y que salía antes que el resto, de modo que ganabas un tiempo al escenario grotesco de los barcos con turismo masivo. Dudamos un poco, pero nos decidimos a contratar con ellos, y acertamos.

Por la noche nos adentramos entre las callejuelas del cayo, y nos encontramos con el verdadero pueblo caribeño que vive en este lugar, separado de los bares y restaurantes de primera línea de costa. Vida nocturna, cervezas, pinchos en parrillas humeantes y mucho griterío. Entre las calles cenamos un Jerk Chicken, pollo caribeño del que me volví completamente fan. Después de los patí, los rondones y los rice and beans, hacía un descubrimiento más de la gastronomía del caribe que me hizo declararme para siempre fan incondicional de esta. Todo regado con una Belikin Bear y mucho calor, nos hizo gozar esa cena de lo lindo.









Por la mañana temprano, de camino al punto de encuentro para la excursión, pasamos por una casa particular en la que había una fila interminable de personas (6:00 am aproximadamente). Preguntamos y nos dijeron que esa señora vendía los mejores rollos de canela de todo el planeta. Intentamos comprar uno, pero nos dijo que eran por encargo y que tendría que encargar para el día siguiente a la misma hora, así que encargamos dos… por la curiosidad. Llegamos al muelle y éramos poquitos en la lancha, por lo que nos alegramos mucho. Salimos escopetados hacia la zona a visitar, haciendo lo que te ofrecían como “7 paradas en puntos estratégicos”. La verdad es que parecía una competición entre agencias lo del número de paradas, unos ofrecían cinco, otros siete, algunos seis… en fin, al final yo creo que todos visitaban lo mismo. La realidad es que no me acuerdo mucho cuántas paradas fueron, pero que lo disfrutamos, lo disfrutamos. Nada más llegar a un punto indeterminado rodeado de aguas turquesas como un plato y un cielo azul interminable, se nos acercaron cientos de tiburones nodriza. También conocido como tiburón gato, es un animal muy tranquilo que no supone ningún riesgo; y, aunque es generalmente nocturno, el cambio de hábitos al que le han acostumbrado en esta zona hace que estén durante el día medio adormilados buscando si les cae algo de comida. De esta manera se acercan a los barcos a merodear, y, como en nuestro caso no les cayó nada, no se quedaron con nosotros mucho tiempo. Sin embargo, sí que nos dio tiempo a lanzarnos como locos al agua y a hacer un poco de snorkel con ellos. En ese rato aparecieron tortugas, rayas y todo tipo de peces en los alrededores de este manto arenoso de agua cristalina.
Posteriormente continuamos hasta una zona de coral, donde nos sumergimos durante un buen rato para observar la fauna increíble que habita en esta enorme barrera de miles de colores. Pudimos ver un montón de peces, rayas, tortugas, morenas y medusas. Un lugar muy vivo y vibrante, uno de los snorkels más satisfactorios que he hecho en mi vida, no solamente por lo espectacular del hábitat sino por el tiempo maravilloso que nos hizo, de pleno sol, ninguna ola y visibilidad infinita.
En el recorrido de vuelta, el piloto vio una boca saliendo a coger aire, y no era una boca de tortuga, sino de un ser mucho más gordo y grande. No me lo podía creer, cuando escuché la palabra “manatí“, casi se me sale el corazón del pecho. Este mamífero, cuyo pariente vivo más cercano es el elefante, se encuentra gravemente amenazado y es muy complicado encontrarlos. Pues tuvimos mucha suerte, allí estaba esta hembra, que estaba descansando en el fondo apoyada en la arena, subiendo de vez en cuando para tomar aire y volver a sumergirse. Estuvimos haciendo snorkel a su lado todo el tiempo que quisimos, explayándonos en la contemplación y gozándolo como niños pequeños. Algo indescriptible. Al regreso, hicimos la que sería la última parada antes de volver al muelle. En el lugar menos esperado, al lado de unas redes de pesca atrapadas entre unas maderas, encontramos un caballito de mar que se enganchaba alegre a una de las cuerdas y saltaba enganchándose de un lugar al otro. La realidad es que no hay muchas fotos porque nos dedicamos a disfrutar, y porque debajo del agua, dificil.











Más tarde, y ya de nuevo en la isla, nos acercamos a una playa donde había un tumulto de personas, y descubrimos que alguien alimentaba a las rayas en la orilla como atracción turística de uno de los hoteles lujosos de primera línea. Una aberración, pero precioso al mismo tiempo. Entre el montón de gente se seguía escuchando el runrun del tifón que llegaba, y ya confirmaron que el último barco de regreso a Ciudad de Belice sería el del día siguiente por la mañana. Nuestro plan original consistía en bajar por la costa beliceña hasta Punta Gorda y desde ahí cruzar a Livingston en Guatemala. Sin embargo, ante este temor, y revisando aplicaciones de meteorología, decidimos volver a flores y bajar a Livingston desde el interior.






Nos fuimos a dormir sabiendo que la siguiente etapa del viaje supondría un montón de kilómetros y lamentándonos por tener que dejar este país tan rápidamente.
Ruta: Antigua – Chichicastenango – Panajachel – San Marcos la Laguna – San Juan la Laguna – San Pedro la Laguna – Santiago de Atitlán – Lanquín – Semuc Champey – Flores – Ruinas Tikal – Ruinas Yaxha – San Ignacio (BZ) – Barton Creek (BZ) – Ruinas Xunantunich (BZ) – Ciudad de Belice (BZ) – Cayo Caulker (BZ) – Reserva Hol Chan (BZ) – Flores – Rio Dulce – Livingston – Ciudad de Guatemala