Nunca imaginé que Guayaquil fuese un lugar tan grande. Otro Ecuador, completamente diferente. Si en Quito la gente se resguarda temprano en las casas, aquí a esa hora empieza la pachanga. Gente con ropas ligeras, música en las calles y ese calor tropical que hace menear el esqueleto a los más animados.
Es una ciudad construida sobre la desembocadura del río Guayas, encima de islotes de tierra atravesados por diversos canales. La impresión al entrar en la ciudad sobre largos puentes es medio futurista, y la humedad al salir del coche, te pega un golpe considerable.
Solo pasé allá un día, pero aproveché para visitar algunos de los lugares clásicos de la ciudad. En la plaza de la catedral hay un parque llamado Seminario, también conocido como “la plaza de las iguanas”, pues han tomado la plaza y juguetean con los transeúntes y niños durante las horas del día. Es impresionante el número de individuos que puede haber en el parque custodiado por una estatua de Bolívar montado a caballo.
Al atardecer, subí hasta el tradicional barrio de Las Peñas, situado en un cerro y formado por casitas de colores flanqueando una escalinata que llega hasta un faro blanco y azul, desde el que puedes apreciar una completa vista panorámica de la ciudad y sus canales.
Y para completar la noche, paseé a lo largo de todo el malecón de la ciudad, pudiendo disfrutar de la bulliciosa vida de la ciudad, por donde las familias pasean, toman helados, se hacen fotos y disfrutan de espectáculos temporales o cines callejeros improvisados.
Fue una agradable visita que me permitió tener una rápida fotografía de esta ajetreada ciudad.