Detroit, Rock City

Amanecimos en Detroit, en un barrio residencial no demasiado alejado del centro de la ciudad. Sin desayunar, salimos caminando hacia el transporte público que nos indicaba google maps; un tranvía. Esperamos unos pocos minutos hasta que llegó un flamante tren de color blanco y muy moderno. En esa espera, tratamos de comprar los billetes en la máquina expendedora de la propia parada, donde una señora nos advirtió que es mejor no pagar, que nadie paga ese transporte y que no hay revisores. Fue tan insistente y nos supervisó tanto los movimientos, que acabamos por entrar de manera gratuita. Nunca me había pasado que los habitantes de una ciudad me recomendasen estafar a su propia ciudad.

Llegamos al centro, el cual nos sorprendió por lo vacío que se encontraba; unas pocas personas caminaban por sus calles, pero en general daba la sensación de ser un día de fiesta, sin embargo, era martes. Después de desayunar en una especie de supermercado con cafetería (el único lugar que encontramos), fuimos caminando hasta la placita que tiene un mirador al río Detroit. Desde allí se puede observar Canadá en la otra orilla. Esta plaza es agradable, pero de nuevo, sin gente y con algunos homeless pacíficos en sus alrededores, los cuales te observan como preguntándose cuál sería el interés que tiene la gente por este lugar.

Quizás lo más interesante de este lugar es la estatua homenaje al “Ferrocarril Subterráneo” de Estados Unidos y Canadá. En 1833 fue abolida la esclavitud en Canadá, y muchos esclavos se escapaban de las plantaciones del sur de Estados Unidos hasta llegar a Detroit, donde cruzaban el río de manera clandestina para alcanzar Canadá y poder ser libres. El movimiento de personas que ayudaron a crear rutas de escape hacia Canadá u otros estados libres se denominó de esta manera, debido a que utilizaban jerga relacionada al mundo ferroviario. Por ejemplo, los maquinistas eran aquellas personas que les proporcionaban rutas, mapas, o incluso les acompañaban por caminos seguros para lograr su objetivo. De este modo, la escultura que se encuentra en esta plaza (Philip A. Hart Plaza) del downtown de Detroit, muestra a un maquinista señalando el horizonte canadiense a un grupo de esclavos con maletas listos para emprender una nueva vida libres. En esta plaza hay también placas en memoria a General Motors y al movimiento laborista del país, junto a un pequeño anfiteatro que sirve como refugio improvisado de personas sin hogar.

Paseamos un poco por las calles de la ciudad, mirando los rascacielos, y sorprendiéndonos de la poca actividad de la ciudad. Y no es de extrañar, la que fuese la capital mundial del motor en los 50, siendo la cuarta ciudad más grande del país, con una vida frenética y una inmigración enorme, sufrió repetidas crisis después del quiebre de la industria automovilística en los años 70 y 80. El apogeo de la heroína y el crack, el desempleo, el abandono de viviendas y la ola de incendios (más de 800 en 1984) sumió a esta ciudad en un oscurantismo terrible y en un abandono de facto. En el año 2007 después del boom inmobiliario, la crisis mermó más si cabe la situación de la ciudad, sumiéndose en la mayor bancarrota municipal que se conoce en la historia de Estados Unidos. A día de hoy parece que va recuperándose, y se está tratando de levantar de las cenizas.

En realidad, el paseo fue muy agradable, la gente se mostraba amable, diferentes obras y grafittis revitalizadores dan la impresión de que dentro de unos años será un lugar al que la gente quiera regresar a vivir. De vuelta hacia la casa, donde teníamos aparcado el coche, cogimos el mismo tranvía, y de nuevo, al ir a pagar, un señor se nos aproximó para informarnos de que nadie paga y que es mejor no pagar… pero con tanta insistencia, que aunque quieras hacerlo, da la sensación de que les estás desobedeciendo, por lo que, de nuevo, no pagamos. Con esta mentalidad, no sé si algún día logrará recuperarse Detroit de sus bancarrotas históricas.

Debido al tiempo apurado de unas vacaciones de 15 días, decidimos no entrar al museo para ver los murales que Henry Ford le mandó dibujar alguna vez a Diego Rivera, y tampoco entramos al museo de la discográfica Motown (ciudad del motor), una pena, pero espero que alguna vez podamos disfrutar de esta ciudad con más tiempo. No obstante, y puestos a priorizar, nos fuimos hasta la planta abandonada “Fisher Body Plant 21“, un monstruo abandonado, donde los hermanos Fisher fabricaban carcasas para Chrysler y otras marcas en la época del boom industrial. Tal llegó a ser el poder de esta familia, que uno de los edificios emblemáticos de la ciudad es el “Fisher Building”, muy cerca de donde nos hospedamos.

Esta planta, custodiada por policías (imagino que por la cantidad de gente que intenta entrar para hacer fotografías), es impresionante, una mole de cemento y cristales que añora sus tiempos de gloria y te da una lección de humildad resistiendo el paso de tiempo erguida.

Desde aquí nos dirigimos hasta la frontera con Canadá; tras una rápida revisión de pasaportes, pasamos por un tunel bajo el río que separa ambos países y llegamos hasta el lujoso pueblo de Niagara-on-the-lake, donde pasamos el fin de la tarde. La noche la pasamos en la ciudad de Niagara Falls. Este episodio merece una entrada a parte, que vendrá en los próximos días.


Fecha: 10 al 25 de Agosto de 2019

Ruta: Chicago – Middlebury – Shipshewana – Detroit – Niagara-on-the-lake – Niagara Falls – Toronto – Fergus – Elora Gorge Conservation Area – St. Jacobs – Bruce Peninsula (Fathom Five – Tobermory – Mermaid Cove – Singing Sands – Log Dump – Miller Lake) – Manitoulin Island (South Baymouth – M’Chigeeng – Bridal Veil Falls – Gore Bay – Silver Water – Misery Bay – Cup & Saucer Trail) – Sault Ste. Marie – Upper Peninsula (Tahquamenon Falls – Grand Marais – Chapel Falls – Munising – Miners Castle – Mosquito Falls) – Lake of the Clouds – Summit Peak – White Pine – Bergland – Madison – New Glarus – Monticello – Monroe – Chicago

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