Fecha: del 4 al 8 de noviembre de 2021
Lo hicimos al revés. La mayoría de la gente que visita Cabo Verde como turista llega a esta isla. Sal recibe unos 250.000 turistas anualmente, lo que es bastante, considerando que la cantidad de habitantes de la isla es de aproximadamente 40.000. Esta, en nuestro caso, fue la última isla que visitamos durante nuestra estancia en Cabo Verde, que finalmente fue de dos años y dos meses.
Aterrizamos en la capital de la Isla, Espargos. Este lugar es el centro administrativo y de gobierno, pero que los turistas casi ni pisan, pues el 99% de ellos se hospedan en la localidad de Santa María, donde se encuentran los hoteles y grandes resorts con vistas hacia playas azules turquesa de arena blanca.
Y allí mismo es donde nos hospedamos nosotros, escogiendo un hotel más familiar y huyendo de los grandes espacios de todo incluido y pulserita. Aprovechamos los días para pasear por la playa principal y recorrer durante horas la calle peatonal, repleta de restaurantes y comercios donde cientos de vendedores te persiguen para colocarte alguna artesanía proveniente del oeste africano.
Siempre que no haya bruma seca, la playa es un espectáculo de arena fina y todas las gamas de azul que uno pueda imaginar. A sus orillas han construido un muelle de madera para que puedan amarrarse los pequeños barcos que entran y salen cada día de esta playa. En el muelle también existe un mercado improvisado de pescado fresco, y el turista puede disfrutar del espectáculo de la descamación y limpieza de piezas de atún o peixe serra (entre otras delicias macaronésicas). Aquí los comerciantes están acostumbrados al turista y no se sorprenden con las fotografías y miradas de blancos que parece que nunca han visto un pescado más allá de una vitrina.
Aquí, los chicos juegan a saltar desde el muelle al agua haciendo todo tipo de piruetas; y los jóvenes se dedican a muscularse y a lucir pectorales ante las atentas miradas de extranjeras babeantes.
Más allá de comer en restaurantes, bañarse en la playa, relajarse bajo el sol, comprar souvenir o ir a discotecones, no hay mucho más que el turista pueda hacer en Santa María. Por eso, hay algunos tours que ofrecen al turista para que salga un poco de la rutina del balneario. Existe oferta para bucear, surfear, hacer kitesurf, pesca deportiva, parapente o las típicas bananas hinchables remolcadas por una motora. Todo tipo de locura acuática está permitida en este lugar, para posteriormente seguir bebiendo, comiendo y comprando. En nuestro caso, escogimos un tour, que también suelen hacer todos los turistas y que incluye la vuelta típica a la isla. No podíamos irnos sin recorrerla.
Aunque Sal es una isla bastante desértica y con no demasiados atractivos, hay algunos puntos que se destacan y que los turistas suelen visitar. La primera parada se hace en el pueblo de Murdeira, que básicamente es una pequeña villa tomada por residencias turísticas donde se hospedan las altas clases caboverdianas y algunos extranjeros. Diversas viviendas vacacionales se asoman a esta bahía que bajo el agua alberga una pequeña población de corales y una rica biodiversidad que se encuentra protegida.
La siguiente parada fue la famosa “Shark Bay” conocida porque en este lugar se aglutinan una gran cantidad de tiburones limón, que, en sus estados más juveniles, llegan hasta las aguas bajas de esta bahía para protegerse de depredadores mayores. En este lugar te alquilan unas botas de agua y te acompañan a meterte al agua hasta la altura de las rodillas mientras el guía va echando tripas de pescado y los tiburoncitos vienen a devorarlas entre tus piernas. Es una experiencia interesante, pero no sé cómo estará afectando esto a la población natural de tiburones, no creo que sea una práctica muy adecuada para el medio ambiente.
Todos los paisajes, entre un punto turístico y otro, son explanadas desérticas conformadas por rocas volcánicas de aspecto marciano. Los alisios golpean tan fuerte que levantan pequeñas tormentas de arena, haciendo sufrir a los más aventureros. Las playas, en su mayoría son de piedras y azotadas por los fuertes vientos y el oleaje, no vayan a creer que toda la isla está rodeada de playas preciosas.
Posteriormente, llegamos a Pedra de Lume, para visitar las ruinas de la infraestructura de madera que albergaba el motor que movía un teleférico de más de un kilómetro de recorrido y una capacidad de carga de 25 toneladas por hora. Este teleférico transportaba sacos de sal extraídos de las salinas que visitaríamos más adelante, moviendo en sus mejores épocas hasta 35.000 toneladas por año. Esta infraestructura fue instalada en 1921 por la compañía francesa Salins du Cap Vert, y abandonada en 1969 junto a su flota de barcazas de chapa. Actualmente, la ruina se encuentra en un estado deplorable, cayéndose a pedazos, expuesta antes las inclemencias del tiempo y sin ningún tipo de protección. Alrededor, frente a la playa, se encuentran las barcazas oxidadas, pareciendo más un museo de la decadencia que un atractivo histórico-cultural. Hay una propuesta para declarar todo este complejo como Patrimonio de la Humanidad, pero si no se trabaja primero en la conservación y difusión de este patrimonio, dentro de poco no quedará nada. Cerquita hay algunas infraestructuras y viviendas de la época, destacándose una pequeña iglesia azul sobre una colina.
Un poquito más adelante, y siguiendo los postes del teleférico, se accede a través de un túnel al origen de la producción de sal, las Salinas de Pedra de Lume. Este lugar se comenzó a explotar en el año 1796, promovido por el gobernador colonial portugués de ese momento y exportando cantidades inimaginables de sal hacia todo el mundo, principalmente Brasil. En el año 1887, debido a la prohibición de importación de sal en ese país, el comercio entró en decadencia y las exportaciones se detuvieron hasta los años 20. Hoy en día, todavía se venden ciertas cantidades de sal para algunos comercializadores exclusivos.
En estas salinas, ubicadas dentro de un cráter volcánico extinto, cientos de turistas se bañan y flotan como si estuviesen en el mar muerto. Allí han instalado cabinas para cambiarse de ropa, hay colocado su bar y tienda de souvenirs correspondiente. Es un lugar bonito, si uno consigue imaginarlo sin blancos gordos flotando en sus aguas.
Desde allí nos dirigimos a la ciudad de Espargos, donde paseamos un rato y disfrutamos de la que probablemente sea la capital más fea de todo el archipiélago. No vimos mucho más allá del parque principal y las calles aledañas; comimos un helado y nos dirigimos hasta el último destino de este paseo de un día, el pueblo de Palmeira.
Este pequeño pueblo pescador es el lugar donde se encuentra el principal puerto marítimo de la isla de Sal. Aunque su población no llega a los 1.500 habitantes, es el lugar de entrada de todos los productos que llegan para abastecer los hoteles y viviendas de la isla. Las casas están más o menos bien cuidadas en las zonas aledañas al puerto y múltiples murales adornan sus fachadas. En este lugar se puede disfrutar de buen pescado a unos precios algo más accesibles que en Santa María, que tiene precios inflados en general.
Otro de los puntos visitables en la isla es la famosa Buracona, un agujero entre piedras volcánicas que da al mar, y desde donde, los días de mucho sol, se puede contemplar el agua con colores turquesas y azules muy brillantes. Decidimos no ir hasta allí porque además del aumento del precio del tour, nos advirtieron que el acceso era a través de unas escaleras estrechas donde se aglutinan múltiples turistas provocando sensación de agobio. Hemos visto lugares muy parecidos e igual de bonitos en otras islas de Cabo Verde.
Regresamos a Santa María, donde permanecimos los últimos días del viaje, relajándonos en la playa y dedicándonos a descansar, que es para lo que se supone que sirven las vacaciones.
Ruta: Espargos – Santa María – Murdeira – Shark Bay – Pedra de Lume – Salinas de Pedra de Lume – Espargos – Palmeira – Santa María – Espargos