Ziguinchor: cheguei e choraram

Fecha: del 26 de diciembre de 2021 al 9 de enero de 2022


Este día nos despediríamos de la Casamance, visitando la capital de la región, la descuidada ciudad de Ziguinchor, fundada por los portugueses en 1645. Cuando la población les vio llegar por el río Casamance, supieron que aquello se convertiría en un lugar de extracción de esclavos, por lo que comenzaron a llorar. El raro nombre de Ziguinchor proviene de una abreviación de la frase portuguesa “cheguei e choraram” (llegué y lloraron). Triste nombre para un lugar tan hermoso.

Iniciamos el día en Cap Skirring, y para desplazarnos, contratamos un taxista que nos llevó a visitar algunos lugares de camino hacia la Ziguinchor. Lo primero que fuimos a ver fue Diembéring, un pequeño pueblo con casas de adobe tradicionales cubiertas por enormes ceibas. Paseamos un poco por la plaza principal, donde las mujeres vendían pescado y algunos granos. La verdad es que se trata de otro de los miles de pueblos semejantes que uno puede encontrar en Senegal, Mozambique o Zambia. África en estado puro.

En el camino de regreso nos detuvimos en una pequeña aldea llamada Bouyouye, donde, inesperadamente, un grupo de chicos de la aldea estaban organizados para hacer tours a los visitantes. Allí nos enseñaron una de sus herramientas tradicionales para llamar a asamblea o comunicarse entre aldeas. Dos grandes troncos huecos abiertos por un lateral que al ser golpeados por palos producen unos sonidos muy característicos que se propagan con el viento. Uno de los chicos estaba aprendiendo español, y aunque fue inentendible, escuchamos muy atentos toda su explicación. Nos paseó orgulloso por su aldea y nos llevó hasta el manglar. Fue un momento bonito y triste al mismo tiempo. El futuro de las nuevas generaciones viviendo en estas aldeas está muy comprometido, y probablemente acaben migrando a la ciudad, ensanchando los barrios periféricos y visibilizando las grandes desigualdades existentes entre lo urbano y lo rural.

Paramos a almorzar en Usui, pero antes visitamos un grupo de mujeres tejedoras de cestas que se han conformado en asociación. Este grupo de mujeres tienen algún tipo de discapacidad, y gracias a la venta de las cestitas, sombreros, bolsos y otras artesanías que producen, pueden obtener algún ingreso para llevarse a casa. Nos explicaron que en el origen recibieron apoyo de una ONG y que actualmente funcionan solas, no obstante es poca la ganancia que reciben y acaba siendo otra de las iniciativas precarias que hemos promovido desde la cooperación. Está bien, pero el cambio debe ser a un nivel mayor, para lograr que estas personas puedan ser parte activa y útil de una sociedad desarrollada.

Visitamos también otra iniciativa artesanal dedicada a las figuras y jarras de cerámica. Utilizan una arcilla que tiene restos de conchitas, muy interesante. Nos explicaron todo el proceso que se realiza de una manera muy arcaica y rudimentaria. Aquí, al igual que en la otra iniciativa, quisimos ayudar a la señora comprándole alguno de sus productos, sin embargo, no supo leer bien nuestra cara de turistas, ofreciéndonos sus figuritas por 20 o 30 euros cada una, por lo que no pudimos contribuirle finalmente, se excedió en su valoración de nuestra capacidad adquisitiva.

Otra de las iniciativas que visitamos fue de unos productores de anacardo, heredada generación tras generación y que a día de hoy siguen pelando y tostando esta delicia de fruto seco de manera muy tradicional. Compramos un par de bolsitas y probamos las mermeladas y bebidas que hacen con la fruta.

Antes de llegar finalmente a Ziguinchor, paramos en otra casa impluvium, metida en mitad del bosque, aislada del mundo, entre cultivos de yuca y naturaleza. Para llegar hasta allí tomamos una carretera polvorienta desviándonos un poco y pasando por Siganar y Nianbalan, dos aldeas casi deshabitadas. Esta casa sí que estaba habitada y pudimos conversar un rato con sus propietarios, que aprovecharon para vendernos una cuchara tallada de las que usan para beber vino de palma. Muy astutos!

Llegados en Ziguinchor, nos hospedamos en uno de los hoteles coloniales que miran al río, bastante destartalado y decrépito, pero no deja de ser una de las opciones más interesantes para descansar en esta ciudad. Caminamos por sus calles hasta cansarnos, paseamos por los mercados, entramos en los talleres de los escultores de madera y, por supuesto, nos adentramos en el precioso edificio de la Alianza Francesa, con una bonita terraza en su cafetería. La ciudad es decadente en su totalidad, pero tiene algo que atrapa; quizás sean sus edificios coloniales venidos a menos o la vida de sus calles, los marabúes gigantes en los árboles o los miles de vehículos que van y vienen, pero se te queda marcada para siempre.

Al día siguiente uno de los múltiples barqueros que pululan a las orillas del río que da nombre a la región nos ofreció un paseo en su piragua, la cual aceptamos con gusto antes de subirnos al avión que nos llevaría de nuevo hasta el norte del país.

En el paseo por los manglares de este río lleno de bolongs nos permitió ver el día a día de los pescadores tradicionales, de los recogedores de conchas y contemplar las múltiples aves que habitan en esta zona. Como es habitual, múltiples garzas blancas recorren las orillas, pero también cantidades ingentes de cormoranes y pelícanos se alimentan en este río, y, entre otra mucha cantidad de aves inidentificables para mí, pudimos contemplar también algunos grupos de flamencos. El paseo fue tranquilo y bonito, aunque nada especial, si lo comparamos con la belleza que pudimos contemplar en el delta del Saloum.

Finalmente nos dirigimos al aeropuerto para tomar el vuelo que nos llevaría de regreso al aeropuerto de Dakar, bastante lejos de la ciudad en realidad. Directamente nos desplazamos a Thiès (una ciudad rodeada de bosques infinitos de baobabs), en cuya estación de buses nos subimos a un sept place, los famosos taxis compartidos (llamados así porque entran hasta siete personas -a presión-) senegaleses que van a toda velocidad adelantando buses, camiones, coches, motos, carros y carretas. Aun así, tardamos unas cinco horas en llegar hasta nuestro destino, bajándonos en la ciudad de Saint Louis con piernas, brazos y espalda entumecidos. Mañana sería otro día.



Ruta: Dakar – Isla de Gorée – Reserva de Bandia – Laguna de Somone – Cementerio de Conchas de Fadiouth – Isla de Fadiouth – Palmarin – Djiffer – Delta del Saloum (Falia) – Ziguinchor – Abene – Usui – Mlomp – Elinquín – Cap Skirring – Diembering – Bouyouye – Siganar – Ninabalan – Ziguinchor – Thiès – Saint Louis – Reserva de las Aves de Djoudj – Desierto de Lompoul – Kébemer – Dakar

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