Marrakech, tan roja como siempre

Fecha: 15 y 16 de marzo de 2022


Nos despedimos de Cabo Verde con una sonrisa en la cara. Nuestra experiencia allí nos trajo muchos aprendizajes, amigos y rincones del planeta que probablemente no habríamos conocido. Llegamos a Madrid para firmar el nuevo contrato de trabajo y disfrutar del mes de incorporación que me ofrecen antes de desplazarme al destino. Por esto, pasamos el mes de marzo en España disfrutando de la familia, de los amigos, y por supuesto, de la gastronomía.

Un día se nos ocurrió mirar los vuelos con Ryanair (uno de los privilegios que no podemos disfrutar al vivir tan lejos de Europa) y encontramos una oferta de ida y vuelta a Marrakech por 20 euros. Tal cual, lo vimos y lo compramos sin dudar. Más tarde nos dimos cuenta de que para la visa de Vero se demoraban por lo menos tres semanas, por lo que nos tocó ir al consulado a rogar y rogar hasta que le concedieron la visa a tiempo para el viaje.

Mis padres, amantes de los viajes y viendo el ofertón, decidieron unirse a nosotros, por lo que finalmente acabamos viajando los cuatro a esta hermosa ciudad durante únicamente un par de días. Como todos habíamos estado previamente, nos lo tomamos con mucho relax y disfrutamos de sus calles y su bullicioso ambiente paseando plácidamente sin ninguna prisa ni ninguna pretensión.

Nos hospedamos en uno de los múltiples riads de la medina, y desde allí, cada día, salimos a caminar y a perdernos entre las laberínticas calles de esta hermosa ciudad amurallada. Visitamos, como en otras ocasiones, algunas de las tanneries, desde lo alto de las viviendas aledañas a estos, impregnándonos del olor del cuero y los productos químicos. Estos lugares, donde se sigue curtiendo en piscinas llenas de sulfatos naturales y se tiñe el cuero con pigmentos de manera tradicional, es uno de los mayores espectáculos de la cultura y arraigo a las tradiciones que tiene esta ciudad.

Además de, por supuesto, comprar especias y artesanías en el zoco de la ciudad, también visitamos algunos de los atractivos que ya conocíamos, como el palacio de la Bahía, forrado en azulejos y maderas talladas, se caracteriza por las habitaciones lujosas alrededor de un característico patio con fuentes de agua. También paseamos un rato por los alrededores de la Koutoubia, hermana gemela de la Giralda de Sevilla, y acabamos adentrándonos el las ruinas del palacio El Badi, uno de los lugares más atractivos de esta ciudad. Aunque, como he dicho, está en ruinas, los restos de su arquitectura, salas y recámaras, recubiertas por azulejos desgastados, son impresionantes. Por sus interiores pasean los gatos a su voluntad y en los muros y techos de sus torres, anidan múltiples cigüeñas que castañetean sus picos desde las alturas. En esta ocasión no pudimos entrar en la escuela coránica Ben Youssef porque la estaban restaurando y el acceso al público se encuentra cerrado. Este lugar también es digno de visitar y merece acceder al recinto siempre que se pueda.

Por las tardes, el par de día que estuvimos, nos relajamos en la plaza de Jemaa-el-fna, y disfrutamos de los excesivamente dulces tés de hierbabuena oxigenados muy profesionalmente por los camareros de las terracitas de los alrededores de la plaza. Mientras uno disfruta de este momento, puede entretenerse mirando los miles de espectáculos que se ofrecen al final de la tarde; desde encantadores de cobras, hasta monos bailarines, atracciones de feria o los aguadores (ya poco funcionales) con sus trajes tradicionales y campanillas.

La ciudad de Marrakech es conocida como la Perla Roja, pues los materiales rojizos con los que construyen las viviendas y murallas, le da un color rojo con tonos ocres en ocasiones y carmesí en otras. De cualquier manera, se trata de unas tonalidades muy atractivas, que sumada a los colores de la decadencia, el crecimiento desordenado y el uso, le confiere un aspecto inolvidable y encantador. Siempre se necesita regresar a este mágico lugar repleto de personas agradables y sonrientes.

Uno de los lugares nuevos que visitamos en esta ocasión y que hasta ahora no habíamos ido ninguno de los cuatro fue el barrio judío de la ciudad, conocido como el Mellah. No es muy grande, pero el gusto en la decoración y el aspecto cuidado de sus callejuelas (menos laberínticas que las de la medina) hace que merezca la pena visitarlo. Tras pasearlo durante un buen rato, desembocamos en el cementerio hebreo, repleto de túmulos blancos cubriendo cada uno de los cuerpos. Se trata de un mar de tumbas color marfil que pide a gritos que le tomes fotografías.

Finalmente, después de mucho paseo, mucho té e ingentes cantidades de pastella, tajine, harira y cous cous ingeridas, regresamos a Madrid después de dos días de felicidad absoluta.



Un comentario Agrega el tuyo

  1. Bloudit dice:

    Me encantó el fotorreportaje, muy representativo de la ciudad. ¡Enhorabuena!

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