Hoy voy a dedicar esta entrada a la ciudad de Tarrafal, en el extremo norte de la Isla de Santiago, y única playa de arenas blancas de la isla. Esta entrada está compuesta por fotografías y excursiones hechas en diferentes fechas a lo largo del año y medio que llevamos ya en el país.
Tarrafal es el destino de fin de semana de todos los habitantes de la Isla de Santiago; es fácil encontrarse con habitantes de Praia con los que te cruzas cada día en el mercado, disfrutando de un esmoregal o un atún grelhado en uno de los restaurantes cercanos a la costa. Se encuentra aproximadamente a una hora y media de camino desde la capital, y para llegar deben atravesarse los complejos montañosos que se desarrollan en el interior de la isla. Después de recorrer múltiples curvas y pendientes al borde de acantilados escabrosos, se llega hasta un punto bastante elevado de la Sierra de la Malagueta, donde, por fin, se divisa el mar y la pequeña bahía donde los pescadores dejan sus barcos y los bañistas se relajan al sol. Además, diversos artistas han ido dejando huella en los murales que uno se encuentra pintados por las paredes de los edificios.
Hemos ido en incontables ocasiones, y hace unos meses que terminaron por fin el paseo marítimo, poniéndole las típicas letras donde los turistas se hacen la foto. Ha quedado bonito y el paseo es muy agradable cuando sale el sol y las aguas se ponen de color turquesa. Al fondo, el monte Graciosa y el faro de Ponta Preta, que por las noches envía sus señales luminosas para orientar a las embarcaciones.
Aquí hay un centro de buceo, donde Monaya, uno de los instructores, te acompaña a conocer los fondos oceánicos y después te cuenta historias sobre los barcos hundidos en los alrededores del país. De hecho publicó un libro estupendo en el que narra la historia de los cientos de naufragios conocidos que se ocultan bajo estas aguas.
Por las noches (e incluso de día), y cada día más a menudo (las medidas de alarma por el COVID se van relajando poco a poco), se celebran conciertos en algunos de los restaurantes. De hecho, hay dos que parece que compiten por ver quién tiene el mejor show en vivo. Todos suelen ser musicazos y cantantes estupendos/as, pero el volumen es tan elevado, que acabamos por buscar un lugar sin música para poder escuchar el concierto de otro restaurante con un volumen más apropiado. Eso sí, el repertorio es prácticamente el mismo siempre, topicazos caboverdianos uno detrás de otro. Lo bueno, es que a base de machacarte, acabas aprendiéndolos.
Además de bucear, comer, o pasarse el día echado en la playa, en una zona rocosa llamada Ponta de atum, los más valientes se atreven a lanzarse al agua de cabeza o haciendo piruetas. Desde este punto es desde el que bajamos para bucear, pero nosotros lo hacemos con el típico salto al frente y sin arriesgar un golpe en la cabeza; eso se lo dejamos a los niños y jóvenes, que nos deslumbran con cada salto.
Por los alrededores se pueden hacer diversas excursiones; y siempre suelen ser una aventura, porque hay poca información por internet, los lugares no están señalizados, y el desconocimiento sobre el estado de la vía de acceso suele ser total. Así que lo que hacemos es arriesgar y ver cómo sale y hasta dónde podemos llegar.
Una de las primeras excursiones que hicimos por la zona fue tomar la carretera que sale desde Achada Carreira hacia Tras os Montes, y desde allí tomar la vía que llega hasta el punto situado más al norte de la isla. Inicia con un camino calcetado (adoquinado) por el que se discurre sin mayor problema, pero más adelante ya se trata de un camino de tierra y rocas, que a cada kilómetro va sumando rocas y restando tierra. Sube y baja, y también serpentea y se adentra entre bosques de acacias espinosas que amenazan con soltar una rama y pincharte las ruedas. Pero poco a poco y con destreza (sin 4×4) conseguimos avanzar hasta un punto en el que un “camino” hecho de rocas sube hasta una pendiente donde el coche no consigue agarrarse y resbala entre las piedras. Ese fue el punto en el que tuvimos que abandonar el vehículo y continuar a pie, pero habíamos logrado la mayor parte. Yo creo que con un todoterreno habríamos llegado sin problemas, pero también lo hicimos utilizando la tracción de nuestras piernas, y un paso tras otro alcanzamos el viejo faro abandonado, el faro de Ponta Moreia, que marca el punto más austral de la Isla de Santiago, y también de las Islas de Sotavento. No he logrado encontrar absolutamente nada en internet, por lo que no podré contar nada sobre la historia de este lugar. Solo imaginarme que algún día, intrépidos navegantes se orientaron con este faro y rodearon la isla sin problema, mientras otros muchos naufragaron perdiendo todas sus fantasías y sueños exploradores en el fondo del mar. Todo el camino hasta aquí es un desierto lleno de acacias, seco a más no poder (siempre y cuando no sea el periodo de lluvias, en el que seguro que está verdísimo como toda la isla) y muy remoto, por lo que no es raro que se te crucen manadas infinitas de monos salvajes. Estos primates han logrado adaptarse a las durísimas condiciones de este clima saheliano y resisten contra todo tipo de inclemencias.
Otra excursión interesante la hicimos acompañados por un guía llamado Já, pues nos alertaron de que en ese camino se habían reportado asaltos y no quisimos arriesgar. Já, en realidad, es el guardia nocturno del hotel en el que nos hospedamos, pero amablemente se ofreció a acompañarnos y nos brindó seguridad y su simpatía durante todo el trayecto. Desde la playa de Mangue (que así se llama la playa principal de Tarrafal) sale un camino que discurre paralelo a los acantilados, llegando hasta el faro de Ponta Preta, el cual sigue funcionando con energía solar. El camino requiere un esfuerzo moderado y toma aproximadamente una hora y media de ida y lo mismo de vuelta; siempre y cuando vayas parando para hacer fotos como lo hicimos nosotros. Cuando por la mañana atravesamos la playa para iniciar el recorrido se nos arrimó uno de los múltiples perros “badíos” (callejeros) de Tarrafal y nos acompañó todo el camino, saltando y brincando entre las rocas; esperándonos a veces bajo la sombra de los árboles.
La primera parte está bien poblada de árboles por lo que el camino es fresco y agradable, pero llega un punto en el que desaparecen los árboles y un desierto de roca volcánica y minúsculos arbustos se extiende en el horizonte. El sol abrasador contribuye a la deshidratación y al cansancio, que no sería tanto sin estas condiciones. El pobre perro no hizo el cálculo y llegado este punto, su lengua fuera y su respiración, eran exageradas. Tuvimos, por tanto, que compartir nuestra pequeña provisión de agua con el can, siendo nosotros quienes regresamos al punto de origen al borde de la deshidratación. Sin embargo, mereció la pena la compañía de este alegre animal, que llegados al tramo final y próximos de nuevo a la playa, se lanzó a correr para echarse al mar y refrescarse.
El faro, según lo que he podido leer, es de los más antiguos de Cabo Verde, y, aunque no he podido comprobarlo, la placa que dice 1889, debería ser la fecha de su construcción; aunque es poco probable que esa placa lleve ahí desde entonces. El último farolero abandonó el faro en 1986 y actualmente funciona de manera automática; lo que no sé, es si estuvo parado desde la fecha del último farolero hasta que se instaló el equipo fotovoltaico. El edificio está muy deteriorado y lleno de pintadas y quemadas, sin embargo el lugar es idílico, con unas vistas preciosas al océano, habiendo también un camino que baja hasta el mar para los que aún tienen fuerzas para un chapuzón y un retorno subiendo rocas hasta la altura del faro. Regresamos exhaustos, casi como el perro, pero en lugar de lanzarnos al mar, nos lanzamos una cerveza por dentro de nuestros cuerpos.
Y para concluir la entrada, no se puede visitar Tarrafal sin conocer la que fue la prisión política de Salazar, conocido como el “Campo de la Muerte Lenta”. Este campo funcionó en una primera fase, de 1936 a 1954, como prisión para presos políticos portugueses (y algunos extranjeros capturados en Portugal); y más tarde, de 1962 a 1974, con el nombre de Campo de Trabalho de Chão Bom, como penitenciaría para nacionalistas de Angola, Guinea-Bisáu y Cabo Verde. Aunque no son espectaculares las cifras de presos aquí retenidos (no más de 400), se calcula que un 10% de ellos murieron a causa de las condiciones deplorables de vida. Unas construcciones sin apenas ventilación en un lugar donde el sol sacude intensamente y los vientos son constantes, vuelve loco a cualquiera. Además, les prohibían hervir el agua obligándoles a beber agua contaminada, causándoles disenterías y todo tipo de problemas intestinales. Sumado al dengue y malaria recurrentes, la salud de estas personas se iba debilitando cada día más. Hubo un doctor, cuya única función era certificar defunciones. Nos queda pendiente la visita al cementerio de Tarrafal donde se encuentran las lápidas de muchos luchadores antifascistas, incluido el del fundador del Partido Comunista Portugués, Bento Gonçalves, cuyos restos fueron trasladados de nuevo a Portugal en los años 80.
Una de las cosas más impactantes es la “Holandinha” (haciendo referencia al lugar principal de migración Caboverdiana en esa época), que sustituyó a la anteriormente conocida como “Frigideira” (sartén, en castellano), una minúscula celda en la que prácticamente no se entraba de pie ni acostado y que se encontraba al lado de los fogones de la cocina. En este cubículo encerraban como castigo a aquellos que hiciesen cualquier acto de protesta o no obedeciesen las órdenes de los guardias. Un testimonio interesante que encontré en este artículo deja la siguiente cita:
Esta prisión se llama “sartén”. La luz y el aire entran por tres agujeros hechos en la pesada puerta de hierro y por un pequeño rectángulo, abierto cerca del techo. Durante el día, el ardiente sol de los trópicos calienta las puertas y las paredes de esta pequeña tumba. El aire se calienta en el interior. El calor se hace insoportable. Los prisioneros se desnudan, pero el calor no deja de torturarlos. El sudor gotea de sus cuerpos cansados. Si son muchas, las gotas de agua se condensan en el techo, y cuando caen, lejos de ser un alivio, son una tortura. (…) Por la noche, vienen los mosquitos. De la picadura del mosquito viene la fiebre, de la fiebre viene la muerte por bilioso y pernicioso. No son raros los casos de prisioneros sacados de allí en brazos o apoyados
Pedro Soares. Tarrafal Campo da Morte Lenta. Edições Avante! pp.31-32
Se trata de una visita muy interesante, donde te enseñan todas las celdas y diferentes espacios comunes en las que los presos tenían que convivir. En este otro artículo hay fotos antiguas y mucha información. Durante años estuvo cerrado, después sirvió como cuartel de las fuerzas armadas y en el año 2021 lo reinauguraron después de una restauración profunda, pretendiendo incluirlo en la lista de la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Veremos cómo se desarrollan los hechos, pero lo importante es que quede en pie recordándonos la historia y con un “Tarrafal nunca mais” resonando al fondo en este nuevo “Museo de la Memoria”.
La Holandinha
Seguiremos yendo a Tarrafal los fines de semana, para bañarnos, para bucear, para escuchar la música en vivo, para comer pescado y para relajarnos siempre que el cuerpo nos lo pida. Un lugar inolvidable al que se va queriendo cada día más.
Muchisimas gracias por toda esta maravillosa información sobre Cabo Verde! Sin duda ayuda a conocer lugares imprescindibles a visitar. A principios de diciembre viajaremos a Santiago y a Fogo 3 amigas desde Barcelona, y nos está costando encontrar información útil para el viaje. Y hoy buscando me he topado con tu blog y me ha encantado. Alguna recomendación o posts sobre Fogo?
Un abrazo y a seguir viajando!
Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado y te haya sido útil. Aquí tienes todo lo que hice en fogo en las dos veces que fui. https://chinchetasenunmapa.com/categorias/isla-de-fogo/
Para cualquier cosa concreta, mándame un mail.
Un saludo