Fecha: del 31 de julio al 22 de agosto de 2021
Iniciaba nuestro último día de viaje por el norte de la Península Ibérica. Hicimos un largo y completo recorrido, pero nos dejamos muchos lugares espectaculares por ver. Pero la verdad es que todos esos lugares van a seguir estando ahí, y, ojalá, algún día, tengamos tiempo para poder visitarlos.
Esa mañana nos dirigimos hasta la península de la Magdalena, en Santander. En este pequeño saliente de terreno montañoso al este de la ciudad, hay un par de atractivos turísticos, pero el que más me gustó, fueron las sorprendentes vistas que existen desde aquí a la ciudad y a la playa de El Sardinero de Santander. Esta playa es la principal y más bonita de la ciudad, con arenas blancas y olas perfectas. También se aprecia la playa de la vecina ciudad de Somo.
Para esta visita a la Magdalena tomamos un trenecito turístico que te sube hasta lo más alto de la península, donde se ubica el Palacio de la Magdalena. Por el camino te van hablando de la historia del lugar, te muestran la escultura homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente o las antiguas Caballerizas Reales que hoy día son la sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Una vez arriba, el imponente palacio de la Magdalena, el que fuese casa de veraneo de Alfonso XIII hasta la proclamación de la segunda república, impresiona por su tamaño y ubicación. Vendido en 1977 por Juan de Borbón a la ciudad de Santander, es uno de los orgullos de sus habitantes. Al frente destaca la rocosa Isla de Mouro, con un precioso faro en su parte superior, ofreciendo un panorama impresionante.
La bajada la hicimos a pie, pasando primero por el museo al aire libre que expone las balsas y las carabelas réplica de la Santa María de Colón, traídas en su última travesía desde México por el ilustre cántabro Vital Alsar, aventurero que recorrió el pacífico en balsas de vela en varias ocasiones. A su lado hay unos estanques de agua con pingüinos, focas y leones marinos. Las condiciones de cuidado de estos animales han causado polémicas en España en más de una ocasión, aunque a nosotros no nos pareció que estuviesen peor que en otros zoológicos, considerando que ningún animal debería estar encerrado, claro.
Después de pasear un poco por la playa del Camello y asomarnos a la de El Sardinero, salimos con el coche hacia el oeste, en dirección al pueblo de Fuente De, lugar que frecuentábamos bastante cuando yo era pequeño, para subir en el teleférico hasta el Parque nacional de Picos de Europa, que comparten Cantabria y Asturias.
Primero paramos en Potes para comer, y, menos mal que teníamos reserva, porque el pueblo era un hervidero de gente, casi al nivel de lo descrito en la visita a Cangas de Onís. Este pueblo, capital de la histórica Comarca de Liébana, tiene una arquitectura en piedra preciosa, con el puente de San Cayetano adornando su contorno desde el mirador y con la Torre del Infantado poniéndole la guinda. Apenas paseamos una media hora por el pueblo, que estaba insufrible con tanta gente, y salimos disparados hacia Fuente Dé, pues teníamos turno para acceder al teleférico a las 17:00.
Por suerte, se nos había ocurrido mirar si las entradas se vendían online, porque haría más de 20 años que no íbamos a este lugar, y en esa época no había tantos turistas, pudiéndose adquirir entrada en taquilla sin ningún problema. Se trata del teleférico más largo de Europa de tramo único, es decir, que no tiene columnas intermedias que sujeten el cable ni lo impulsen. Es espectacular, pues con un único cable de casi un kilómetro y medio de longitud, el teleférico, te propulsa en 4 minutos hasta lo alto del macizo central de los Picos de Europa, superando una pendiente de 753 metros y llegando hasta los 1.823 metros de altura. El cambio de altura es tan rápido que se taponan los oídos. En los días ventosos tienen que parar su funcionamiento para garantizar que no haya accidentes. Desde arriba hay un paisaje inigualable, lleno de riscos de piedra caliza que suben y bajan. Es clásico el mirador metálico con el suelo de rejilla que deja tieso a los más sufridores de vértigo.
Tuvimos suerte aquella tarde, porque hizo un sol espectacular, ofreciéndonos todo el paisaje despejado en los 360º; sin embargo, aunque existe horario para subir, no lo hay para bajar, amontonándose todo el mundo a la hora del cierre en una fila interminable para acceder al teleférico. Después de una horita paseando por allí no situamos en aquella cola para bajar, que demoró más de una hora. Poco a poco comenzamos a ver cómo se cubría el cielo y las nieblas empezaban a bajar hasta nuestra altura, tapando todo el paisaje a nuestro alrededor. Estas nieblas daban a las cabinas de teleférico que descendían un aspecto fantasmagórico, parecía que llegaban atravesando el inframundo, ofreciendo unas bonitas imágenes.
Esa noche la pasamos en el pueblo de Espinama, hospedándonos en una bonita casa rural. Este pueblo situado en la montaña son cuatro casas al lado de la carretera, un lugar muy tranquilo para relajarse.
Por la mañana emprendimos el viaje de vuelta a Madrid, el viaje llegaba a su fin. Pero aprovechamos el camino para hacer un par de paradas antes de echar el cierre. El primero fue al lado de Espinama, en el pequeño asentamiento de Las Ilces, con apenas 15 habitantes, un lugar que en otros tiempos poseyó hasta ocho hórreos, de los que hoy quedan apenas dos, protegidos por Cantabria como bienes inventariados de su patrimonio cultural. Ascendimos por sus callejuelas saludando a sus vecinos, hasta llegar a una pequeña iglesia en lo alto del pueblo. Como este pueblo, cientos de pueblos de la zona deben estar sufriendo los estragos del despoblamiento rural.
La siguiente parada fue en Mogrovejo, un pueblo que en 2020 fue sumado a la lista de los pueblos más bonitos de España, y razón tienen. Un conjunto de casas de piedra situadas en lo alto de un pequeño cerro y protegidas por una torre medieval del siglo XIII. Un pueblo precioso con balcones de madera y techos de teja, con algunas zonas en evidente estado de abandono, lo que le da cierto carácter decadente y atractivo. Una pena que el acceso a la torre estuviese cerrado, porque las vistas desde lo alto prometían mucho. El enclave de este lugar, rodeado de montañas, es perfecto para aislarse del mundo durante una temporada (siempre que no sea temporada alta y los turistas desfilen como zombies por tu puerta).
Antes de emprender el viaje definitivo hasta Madrid nos detuvimos en el Monasterio de Santo Toribio e Liébana, uno de los lugares santos del cristianismo, pues se supone que tiene la reliquia de la vera cruz más grande del mundo, el Lignum Crucis. Este monasterio es una de las paradas obligadas para los peregrinos del Camino de Santiago que aún cuentan con motivos de fe. Nos asomamos un poco al santuario, dimos una vuelta por sus alrededores y, ahora sí, nos enfocamos en regresar a Madrid.
Con una parada previa en territorio Palentino en el mirador de Piedrasluengas para contemplar los frondosos bosques lebaniegos con los Picos de Europa al fondo, y una última parada en Aranda del Duero, Burgos, para comer, llegamos a Madrid satisfechos después de 15 días dando vueltas por el norte de España y conociendo lugares fantásticos e inolvidables.
Ruta: Madrid – Langreo – MUMI – Cangas de Onís – Ribadesella – La Cuevona – Playa la Vega – Gijón – Avilés – Oviedo – Colunga – Lastres – Museo Minero Valle de Samuño – Desembocadura del Nalón – Cudillero – Cabo Vidio – Tapia de Casariego – Foz – Playa de las Catedrales – Ribadeo – Rinlo – La Coruña – Finisterre – Santiago de Compostela – Cambados – Combarro – Pontevedra – Castillo de Sobroso – Ribadavia – Carballino – Orense – San Pedro de Rocas – Nogueira de Ramuin – Mirador de Cabezoás – Parada de Sil – Balcón de Madrid – Castaño Milenario de Entrambosrios – Pasarela del Río Mao – Caldelas – León – Burgos – Echalar – Lesaca – Bera – Elizondo – Ainhoa – Zugarramurdi – San Juan de Luz – San Juan de Pie de Puerto – Roncesvalles – Pamplona – Pasajes – San Sebastián – Guetaria – Bilbao – Castro Urdiales – Santander – Potes – Espinama – Fuente Dé – Las Ilces – Mogrovejo – Santo Toribio – Aranda del Duero – Madrid