¿Se acuerdan que una de las primeras cosas que hice en Ecuador fue irme a visitar los manglares más altos del mundo y no lo conseguí? Aquí les cuento la historia de la segunda oportunidad y definitiva. Logramos acceder a este remoto y maravilloso lugar.
De nuevo decidimos ir a pasar un puente a la playa de Las Peñas, en la provincia de Esmeraldas, donde disfrutamos de unos cuantos días relajados cara al mar. Un lugar tranquilo relativamente apartado del pueblo, con buena comida y un clima caliente que ayuda a relajarse con la brisa marina. Comidas espectaculares las de este sector del país que también ayudaron a no querer salir nunca de allí.
Esta vez, con los contactos que habíamos logrado recolectar del intento anterior, conseguimos acordar un paseo con un pescador de la zona. Sin tener muy claro hacia dónde nos iba a llevar, y dado que su acento fronterizo no acompañaba mucho al entendimiento, optamos por hacer lo que a él le pareció correcto. Nos encontramos en el muelle de La Tolita, un pueblito de pescadores, desordenado y bullicioso, pero con ese encanto característico de lo decadente. Para llegar hasta allí tienes que pasar por una estrecha carretera rodeada de piscinas camaroneras que dan un aspecto marciano al paisaje mientras te preguntas por los famosos manglares.
Cuando nos encontramos con Pedro, nos subimos a su barca sin dudarlo, y nos propuso ir hasta Santa Rosa, su pueblo. Aunque no teníamos idea de dónde quedaba Santa Rosa, ni veíamos manglares por los alrededores, le dijimos que nos llevase; de perdidos al río, y nunca mejor dicho. Después de un rato navegando, y dudando ya de si íbamos a ver la Reserva Cayapas-Mataje o era un simple paseo por el estuario hasta el pueblo de enfrente, decidimos relajarnos y disfrutar del paseo. Poco a poco fueron apareciendo manglares en las orillas entre plantaciones de coco y banano, y finalmente, el barco se metió por un túnel entre la vegetación, que se fue haciendo cada vez más angosto, sombrío, fresco, silencioso y sobrecogedor. Estábamos adentrándonos por el frondoso bosque de manglar que hace frontera entre Ecuador y Colombia, y que crece en los márgenes de la inmensa desembocadura del río Mataje.
Pasamos por el pueblo de Limones, que en los mapas figura como Valdez, cuyo frente está construido en pilotes, y pasamos de largo hasta el minúsculo pueblo de Santa Rosa, también subido en pilotes y pasarelas, donde Pedro nos bajó para caminar e interactuar con los habitantes. Nos enseñaron cómo cosían sus redes, nos explicaron que recolectaban las conchas debajo de sus propias casas y que nunca se acaban, y nos enseñaron una guatusa (agutí) enjaulada, que cazan al interior del bosque y que también sirve de alimento en esta zona.
A la vuelta pudimos parar en algunas playas y caminamos entre los manglares costeros hundiéndonos en el lodo hasta la cintura.
Sin embargo, después de todo este periplo entre túneles infinitos de manglar angosto, no habíamos logrado ver “los manglares más altos del mundo”, los manglares de Majagual. Resulta que estos manglares están antes de llegar a la Tola, donde se sitúa el centro de interpretación de la reserva, y que la otra vez estaba abandonado y no pudimos visitar.
Como ya estábamos allí y no perdíamos nada, decidimos acercarnos a ver si esta vez sí había alguien allí dispuesto a enseñarnos el lugar. Y tuvimos suerte. Aunque hubo que despertarle, allí estaba el encargado del centro de visitantes, que nos explicó todos los paneles explicativos y nos contó la historia de la reserva. Sin embargo, hasta que no llegó Carlos, un señor muy amable y que fue el primer guía de esta área protegida, no pudimos adentrarnos por las pasarelas que serpentean entre los espectaculares árboles de Rhizophora mangle. Según nos contó, hace años vino una expedición de Korea del Sur y midieron los manglares de la zona, concluyendo que en Majagual se encontraban los más altos del mundo seguidos por los de Indonesia. Los más altos de estos árboles centenarios miden 65 y 62 metros, y son los que sobreviven a los que cayeron tras la medición, pues había uno de 69 metros de altura que acabó cayendo tras un temporal.
Según nos contó don Carlos, antiguamente había muchísimas aves en este bosque de manglar, pero que con los esfuerzos que hacen los camaroneros por ahuyentarlas y que no se coman su producto, muchas poblaciones han decidido salir de aquí e internarse más profundo en la reserva.
Se trata de un lugar sorprendente que no te puedes perder si visitas Ecuador.
Lindo sergio! Una maravilla. Gracias por compartir.