Lo que generalmente me ocurre por vivir fuera de España es que tengo que elegir entre vacaciones o visitar a la familia. Ambas son estrictamente vacaciones, pero ya sabéis a lo que me refiero.
Este año he creado unas vacaciones que combinan ambas cosas. Pasé unos días con mi familia y amigos en Madrid y después me fui con Vero ocho días a carretear la Grecia continental. Sí, habéis oído bien “Grecia continental”, así que absténganse de preguntar cosas como “qué islas tan bonitas, no?” o “debe haber unas playas espectaculares”. Considerando que era enero, la opción isleña o playera no existía, y además si solo se dispone de ocho días, no hay tiempo para todo, por lo que alquilamos un coche, compramos una tarjeta SIM con internet, encendimos el GPS y sin miedo para delante!!
Nada más salir del aeropuerto, el día 1 de enero, nuestro plan de comprar la SIM y encender el GPS se vino abajo, porque no encontramos la tarjeta al estar todo cerrado, y nos metimos con el coche en la ciudad de Atenas con la única orientación de un mapa impreso con caracteres griegos. Pero como somos los reyes de la intuición solo tardamos dos horas en encontrar el hotel y darnos una ducha, de ahí salimos a pasear y cenar por la zona céntrica de la ciudad y así tener una primera aproximación al territorio que recorreríamos al día siguiente. Dos grados bajo cero nos dieron la bienvenida.
A la mañana siguiente paseamos por el barrio de Monastriki, visitamos la torre de los vientos, el ágora romana y subimos hacia la acrópolis. Todo muy rotito, como dijo alguien alguna vez, pero impresionante el pensar cómo debía ser aquello en las épocas en las que fue construido (más tarde hubo que aprender a imaginar, porque casi todo lo que queda son plantas de edificios). El Parthenon es espectacular, aunque como siempre en este tipo de viajes, rodeado de andamios y lo que es peor: gente, muchísima gente. Como novatos, nos fuimos a pasear por el barrio de Plaka, a visitar el templo olímpico de Zeus, el estadio Panatinaico, los jardines botánicos, la mítica plaza Syntagma donde Leukanikos se daba riata con los antidisturbios, y acabamos comiendo en Psirri. Después, tranquilamente nos fuimos a visitar el Ágora y nos cerraron las puertas en la cara! (en invierno todo cierra a las 15:00, eso descubrimos más tarde), por lo que nos quedamos sin ver una de las ruinas mejor conservadas de Grecia. Con la cabeza baja nos fuimos al museo arqueológico y también nos cerraron en la cara porque en invierno cierran a las 16:00. Así que bueno, Atenas se queda incompleta por esta vez, aunque pudimos disfrutar de la mayoría de monumentos y sobre todo de sus lindas callejuelas laberínticas.
Lo que si pudimos disfrutar fue del atardecer y de las vistas nocturnas de la ciudad desde lo alto del monte Likavitou, hasta donde subimos en un funicular. En lo alto hay una pequeña iglesia ortodoxa y se puede ver la acrópolis iluminada. Merece la pena subir hasta este bonito lugar.
Para despedirnos de Atenas, paseamos de nuevo por Plaka a la noche y cenamos en una de las Tabernas tradicionales que hay en los sótanos de ese barrio. Comidas deliciosas que confluyen en este país que tiene un poco de todo. Árabe, Europeo, Mediterráneo… nada como los cruces de caminos para saber vivir.
Hacia tiempo que no me dejaba caer por este blog y para variar, “flipo”, jeje.
Ahora que he andado sin moverme de la meseta central madrileña, unas semanas, elaborando algún que otro viaje combinado y sintiendo la necesidad de viajar sin poder, para variar, ya se donde volver a beber los mejores tragos de ese turismo que pone chinchetas en mapas y sonrisas en quien lee y mira las fotos. Sabores policromáticos y retrogustos altos en buenrrollina 🙂
Grande amigo!