Aunque la noche en Plitvice había sido estrellada, se levantó un fuerte viento y amaneció con una tormenta horrible. Después de un buen rato de discusión y de estudio de las opciones que teníamos, decidimos cambiar la ruta; visitar la peninsula de Istria antes de tiempo y regresar a esta lugar un par de días después, donde se indicaba que el clima mejoraría. Lo que sabíamos es que este parque nacional teníamos que verlo, y teníamos que verlo sin lluvia.

Así que cogimos el coche y nos fuimos directos hasta Pula, al sur de la península de Istria, que ha sido tradicionalmente habitada por muchos pueblos y que hasta el fin de la segunda guerra mundial, perteneció en su totalidad a Italia, pasando después a ser Yugoslava y siendo ahora parte de Croacia, Eslovenia e Italia. Por el camino, el GPS nos llevó por unas carreteras maravillosas por dentro de frondosos bosques. Los pueblitos que atravesábamos durante el camino parecía que nos saludaban al pasar; y aunque llovía, el recuerdo de esta hora y media por carreteras secundarias, se nos hizo inolvidable. Finalmente llegamos hasta Pula, donde visitamos el fabuloso anfiteatro romano, vimos las murallas y caminamos por el casco histórico, observando sus puertas, casas de colores, iglesias y templos.

Después de comer, salimos hasta uno de los lugares estrella del viaje, la ciudad de Rovinj. El casco antiguo está situado en una pequeña península sobre el mar y sus casas, en muchos casos, están instaladas al borde del agua, siendo el acceso a estas, a través de barcas. Pudimos pasear por sus estrechas calles de colores antes de que se pusiese el sol, y lo vimos ponerse de una manera majestuosa mientras se iluminaban las luces y los preciosos restaurantes sacaban sus mesas a la calle adornadas por pequeños faroles. Esta noche disfrutamos de una de las mejores cenas del viaje y también de uno de los momentos de relax sobre unas escaleras que daban al mar en el bar Mediterráneo. Momento inmejorable.

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