La estación de autobús de Cartagena está lejos de de la Cartagena histórica y colonial. Atravesamos toda la ciudad, con un trancón (atasco) tan potente, que casi no alcanzamos a subir al autobús.

Viajamos de noche hasta Santa Marta, donde pasamos la primera noche y nos despertamos temprano para retirar el coche de alquiler que teníamos reservado. Tras la sorpresa de recibir un vehículo tipo SUV en lugar de un sedán, salimos dirección Aracataca, el pueblo natal de Gabriel García Márquez, y lugar de inspiración de Macondo.

El pueblo es como cualquier otro pueblo rural colombiano, ecuatoriano o peruano. Un lugar olvidado, construido en bloques de ladrillo a medio pintar, tejados de chapa, motocicletas y cables atravesados. En mitad de todo esto, la casa museo Gabriel García Márquez, lugar de nacimiento y residencia de primeros años de uno de los escritores más importantes del mundo. Una casa humilde hecha en madera alberga este museo, que va recorriendo diferentes habitaciones y relacionándolas con pasajes de sus libros. Ciertamente, no es nada del otro mundo, es un museo que refleja la realidad humilde del hijo de un telegrafista que se quedó viviendo con sus abuelos durante los primeros años de su vida.

Posteriormente visitamos la estación de ferrocarril y la casa del telegrafista, donde hay una pequeña exposición y venden ediciones especiales de las novelas de Gabo.

Después de este paseo, decidimos retornar hacia Santa Marta, donde nos desviamos antes de llegar y comenzamos a subir carreteras de montaña en dirección Minca. Este pueblo escondido en la Sierra Nevada de Santa Marta es uno de los varios pequeños pueblos con casitas de teja y vistas hermosas en los alrededores. Al ser época de vacaciones, estaba abarrotado de turistas nacionales y extranjeros, por lo que fue bastante complicado estacionar el coche para poder comer.

Tras esta pausa comenzamos a subir por unas carreteras sin asfaltar que nunca me imaginé que me harían sudar tanto. Llegamos a un hotel llamado “Casa Elemento”, donde están las famosas estructuras hechas en bambú y red suspendidas en unos precipicios con unas vistas alucinantes. De nuevo, aquello estaba plagado de turistas extranjeros ocupando indefinidamente las redes, por lo que nos tuvimos que conformar con tomarnos una cerveza, disfrutar de las bonitas vistas y descansar un poco después de los nervios de estar a punto de destrozar el coche en esa cuesta llena de piedras.

Regresamos al final de la tarde a Santa Marta, donde aprovechamos a pasear un poco y disfrutar de sus callejuelas llenas de animación en las noches de verano. Al día siguiente llegaba Verónica y visitaríamos el Parque Nacional Tayrona, la joya de la corona!

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