Despertamos en Toronto, y no sé por qué tomamos la decisión de ir a visitar por la mañana el barrio chino de la ciudad. Sin embargo, hacia allá nos dirigimos, en un transporte público excesivamente caro para nuestro bolsillo, y donde nos topamos con unos conductores de autobús muy desagradables. Creo que es lo único desagradable que nos encontramos en Canadá, pues la gente, en general, fue amable a más no poder.

El barrio chino parecía desierto por la mañana, y nos costó encontrar un lugar donde desayunar, pero caminando y caminando, acabamos en unas callejuelas pintadas con graffittis donde finalmente pudimos desayunar en un concurrido bar de modernos. Después paseamos por las callejuelas de Kensington Market, que se trata de un mercado ficticio, pues realmente son muchos comercios muy juntos en diferentes calles, pero no se encuentran bajo el mismo techo o lo que tradicionalmente consideraríamos un mercado. Lo más interesante de estas calles son los murales y el arte urbano que se puede ver por todas partes.

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Después fuimos regresándonos hacia donde habíamos venido, y ahora sí, algunos (pocos) de los comercios estaban abiertos, y los letreros chinos presumían con sus neones (apagados) por toda la calle. Muchas tiendas de todo tipo, y arcos chinos adornaban las alamedas; algo parecido a los muchos otros Chinatowns que hay esparcidos por el mundo. En realidad, imagino que por la noche debe ser mucho más animado que un jueves cualquiera por la mañana…

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Tras este paseo matutino, emprendimos viaje hacia unos pueblos del interior de Ontario, característicos también, por la gran cantidad de población Amish que vive en sus alrededores. Primero fuimos a St. Jacobs, donde el enorme “Farmer’s market & Flea’s market” nos recibió con las puertas abiertas.

Este enorme mercado solamente abre Jueves y Sábado, por lo que tuvimos mucha suerte de poderlo ver abierto. Una gran cantidad de granjeros de todas partes se concentran aquí estos dos días por semana para vender todos sus productos. Cantidad de hortalizas, frutas, granos o miel, se venden recién traídos del campo, una maravilla. También hay tiendas de artesanía, de ropa, de adornos y de muchas cosas de segunda mano. Además, hay un patio de comidas donde cada uno nos comimos algo diferente procedente de los diversos comercios. Nos llamó la atención cómo se mezclan las últimas tecnologías con las familias tradicionales Amish, que pasean tranquilamente con sus ropas tradicionales y sus largas melenas. Un choque de dos mundos que la gente de la zona ha naturalizado completamente.

Tras pasar un rato en este pueblo, nos dirigimos hasta Fergus. Ambos son pueblos pequeñitos con pocos habitantes, tranquilos y donde se debe vivir de una manera bastante agradable con miles de graneros en el horizonte. Es destacable en esta zona del país, cómo, en paralelo a las carreteras, han construido un carril de gravilla para la circulación de los carruajes Amish sin que corran el riesgo de ir por el mismo camino que vehículos motorizados. Además, tienen todo tipo de señalética para alertar a los conductores ante la presencia de estos carruajes en cualquier esquina.

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Cerca de Fergus, y en el margen del Grand River, se encuentra el “Área de Conservación Elora Gorge”, donde pusimos la tienda de campaña y pasamos la noche. No sin antes pasear por los senderos del parque hasta los acantilados a ambos lados del río. Verdaderamente no es un lugar que impresione mucho, está completamente habilitado para camping y no es tan natural como habríamos podido imaginar. Sin embargo esa noche la pasamos muy tranquilos en mitad de un pinar a orillas del río.

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