Gentes encantadoras en las montañas

Penúltimo día para recorrer esta isla. Volvimos a desplazarnos con Vany en su aluguer rojo. Esta vez recorrimos la más amplia de las riberas que desembocan en el norte de la isla, y la que da el nombre a la ciudad donde nos hospedábamos: Ribeira Grande.

Después de desayunar, salimos, recorriendo poco a poco y sin prisa los diferentes caminos que van subiendo por la montaña paralelos al río. Estos pueblos con nombres difíciles de recordar como Coculi, Boca de Coruja, Lombo de Santa o Manta Velha, parecen perdidos en el tiempo, escarpados entre montañas y donde a sus habitantes no les preocupa perder un rato de su tiempo hablando contigo. Gente encantadora que te muestra sus tradiciones y te cuenta su vida sin ningún reparo. Personas amables, sonrientes y llenas de alegría. Agricultores que durante esos días de lluvia no dudaron en compartir su felicidad, y explicar los malos años anteriores. Este año el maíz se daría bueno, y las cachupas podrían venir bien servidas, y todos sabemos que con “barriga llena, corazón contento”.

La señora María “Kinha” fuma en pipa en Lombo de Santa
Vany, nuestro conductor

Ascendimos hasta el pueblo más alto, Manta Velha, rodeando los dos picos que se alzan en esa zona, el Tope de Cima (815 m) y el Monte Camelengues (1.042 m), para después ir descendiendo al borde de unos desfiladeros rocosos, que acumulan tierra en lo alto y donde las personas cultivan. En este lugar, la presa de Cagarra provee de agua a la zona.

Sin prisa, descendimos hasta el bonito pueblo de Chã de Igreja, con unas casas y callejuelas muy bonitas, y donde los niños juegan alegremente en sus calles sin preocuparse de que pueda pasar algún vehículo, pues ciertamente, son pocos los que por allí pasan. Nos sentamos un rato a la puerta de otra marcería tomándonos algo mientras observamos a sus habitantes desarrollar sus vidas tranquilas. La gente nos miraba sorprendida después de tantos meses sin ver turistas por la zona.

Parece que los ojos se acostumbran a vislumbrar las maravillas de la geografía, pues los paisajes son hermosos a más no poder, compitiendo unos con otros en formas imposibles y tonalidades frenéticas. Montañas que suben, valles que bajan, cerros que se asoman, verdes que brillan y amarillos que contrastan, todos unidos reclamándote, embriagándote y seduciéndote. Y sin embargo, el cerebro se va amoldando a esta realidad, llegándote a parecer en algún momento lo normal.

Finalmente, y con un poco de esfuerzo, pues el camino se encontraba completamente levantado, llegamos hasta el final de la ruta transitable, el pueblo de Cruzinha, escarpado entre acantilados que miran al mar. Desde su mirador, contemplamos a los pescadores mientras nos observaban extrañados. Desde este pueblo sale una de las rutas a pie más conocidas de la isla, que sube y baja las colinas costeras pasando por algunos pueblos inaccesibles en vehículo, como Formiguinhas o Corvo, concluyendo en Fontainhas, donde habíamos estado el día anterior. Quedará para la próxima ocasión.

Esta noche la pasaríamos en Porto Novo, la capital de la isla, donde ya solo nos quedaba un día completo antes de tomar el barco de vuelta hasta São Vicente. Por eso, emprendimos viaje regresando por donde habíamos pasado, despidiéndonos de todos estos maravillosos pueblos hasta hacer una parada al este de la isla, en el pueblo de Janela, desde donde se puede acceder a un faro que está recién restaurado. Aquí, el señor João Tois, quien ejerce de farero, nos comentó que se turna con su compañero en jornadas de 12 duras horas cada día, y que no recibe salario hace algunos meses. Sin embargo, allí sigue, controlando que esa bombilla no pare de lucir y de girar, emitiendo su código marítimo religiosamente. João es un señor encantador con el que quedarse horas conversando, y su perrito le acompaña, ladrándote con miedo cuando apareces y dejándose acariciar y suplicándote que no te vayas, cuando te despides.

João Tois y su cão

Esa noche cenamos en Porto Novo, en un barrio algo apartado del centro; en una churrasquería que casualmente nos recomendó la camarera de uno de los pocos restaurantes (fast food) que encontramos abiertos en la zona “turística” de la ciudad. En este lugar disfrutamos de una cena a la brasa acompañada de un buen vino, de una temperatura excelente, y del sonido del mar de fondo. ¿Se puede pedir más?

“Mê Maia” – Un homenaje a la mujer caboverdiana, despidiéndose de su familiar que se aleja en el horizonte y pocas veces regresa. Sodade.

Fecha: del 4 al 25 de septiembre de 2020

Ruta: Isla de Santiago – Isla de Fogo – Isla de São Vicente – Isla de Santo Antão – Isla de São Vicente – Isla de Santiago


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