Ribeiras y valles de Santo Antão

Descansamos como niños pequeños en Ribeira Grande, pues el día anterior habíamos acordado con el conductor de Jéssica y Andrés una ruta por algunos de los caminos del nor-este de la isla. Nos propuso salir temprano en la mañana para que nos diese tiempo a hacer de todo. Y así fue.

Después de desayunar en Ribeira Grande, donde hice las fotos de arriba, salimos hacia el interior de la isla a lo largo de la Ribeira de Torre, una carretera que serpentea por dentro de un cañón verde entre montañas escarpadas. A sus orillas hay plantaciones de banano, papaya, caña de azúcar y otros tantos productos típicos de estos climas. La gente cría patos, cerdos, cabras y vacas, y varios grupos de personas se bañaban felices en el río, celebrando las lluvias de días pasados. El paisaje por este camino estrecho es precioso, llegando hasta un lugar donde nacen senderos peatonales y a los que no accedimos en esta ocasión, quedándonos un rato disfrutando de una pequeña caída de agua y del picacho sobresaliente característico de este punto conocido como Xôxô. Nos encontrábamos dentro del Parque Natural de Cova, Paúl e Ribeira da Torre, un lugar que se presta a caminar con calma para descubrir todos sus encantos.

Regresamos por el mismo camino hasta llegar a la costa, girando posteriormente hacia el este, siguiendo los acantilados de la parte norte de la isla hasta alcanzar la población de Sinagoga, una pequeña aldea de pescadores característica por las ruinas de lo que dicen que fue un templo judío, pues parece que varias familias de esta religión se establecieron aquí a finales del siglo XVIII, inicios del XIX. Con pocas explicaciones sobre la historia del lugar, ni mucha información en internet sobre esto, lo cierto, es que las vistas desde este punto de la isla son abrumadoras, con unas moles rocosas a lo largo del camino, que se precipitan hacia el mar en unos acantilados sin vegetación que producen vértigo. Y los restos de la sinagoga, ahí están.

Poco a poco comenzó a nublarse, y proseguimos camino pasando por la villa de Paul, cuyo nombre oficial es “Cidade das pombas” (Ciudad de las palomas). Desde aquí, se puede acceder por carretera a la Ribeira do Paul, uno de los lugares más visitados por los turistas de todo el archipiélago, donde se pueden hacer múltiples trekkings que pasan por pueblos solamente accesibles a pie o en burro. En esta ocasión, debido a las lluvias, al poco tiempo y a la compañía de mis padres, los recorridos los hicimos sobre ruedas, pero seguramente en una próxima ocasión, podremos disfrutar alguno de estos caminos a pie.

Fuimos entonces accediendo por la sinuosa y angosta carretera que circula paralela a la ribeira, disfrutando de las vistas y de las diferentes personas que habitan estos preciosos lugares. Cuanto más arriba llegábamos, más estrecho se iba haciendo el camino y más se iban cerrando nubes negras sobre nosotros, por lo que finalmente tuvimos que dar vuelta para no quedarnos atrapados en el camino, donde, de todos modos, no podíamos disfrutar ya de las vistas.

En este lugar se ubican bastantes trapiches que exprimen caña de azúcar y destilan el grogue tradicional de Santo Antão. Algunos de estos trapiches se pueden visitar en tiempos normales, pero con la pandemia, el gobierno dio la orden de prohibir las visitas en estos negocios, de modo que tampoco pudimos visitar ninguno. Sin embargo, sí nos fuimos aficionando a los diferentes grogues añejados que nos ofrecían como bajativo después de las comidas, al punto de que un par de botellas se fueron finalmente para Madrid con mi padre.

Tras la comida, regresamos por el camino por el que habíamos llegado hasta alcanzar Ponta do Sol, donde habíamos estado el día anterior, pero desde donde sale una carretera que lleva al pueblo de Fontainhas. Yo había visto una foto en internet de este lugar, un minúsculo pueblo con casas de colores colgado de una montaña al borde de un barranco infinito. Sin embargo, nunca nos imaginamos que la vía adoquinada que lleva hasta él ofreciese unas vistas tan impresionantes y terroríficas al mismo tiempo. Desde Ponta de Sol se comienza a subir muy despacio por esta vía por la que solo cabe un vehículo, con un riesgo alto de despeñe. Pero las vistas son tan impresionantes que el estado hipnótico en el que entra el cuerpo hace olvidar todos los miedos y permite disfrutar del paisaje, que adicionalmente, con las lluvias, y como ocurrió durante todos estos días, tenía todas las tonalidades de verde que puedan existir en este universo. El señor Teófilo nos recibió en su casa y nos ofreció cervezas frías, mientras nos contó historias sobre su familia, la migración y el pasado de Cabo Verde en su periodo colonial. Todo un anfitrión.

Unas cochiqueras que hay por el camino

Regresamos despacito hasta Ribeira Grande, donde salimos a cenar a una parrilla local que nos ofreció cervezas “noivas” (con esa escarcha que le sale al botellín cuando está en su punto exacto) y unos pinchos de pollo y cerdo deliciosamente aliñados.


Fecha: del 4 al 25 de septiembre de 2020

Ruta: Isla de Santiago – Isla de Fogo – Isla de São Vicente – Isla de Santo Antão – Isla de São Vicente – Isla de Santiago


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