Rías Baixas en un vistazo

Fecha: del 31 de julio al 22 de agosto de 2021


Esta jornada tenía como destino Pontevedra, pero no podíamos hacerlo sin visitar las populares localidades de Cambados y Combarro. Enclavadas en las entrantes y salidas geográficas que tiene esta parte de la península, conformando las Rias Baixas, tan famosas por sus mejillones producidos en batea como por sus vinos con denominación de origen.

El Río Ulla desemboca en el Atlántico, mezclándose con el agua salada en la Ría de Arousa, y a sus márgenes existen cantidad de pueblos con encanto donde perderse paseando, contemplando, disfrutando y comiendo. Como el tiempo era limitado, tuvimos que priorizar, y nuestra primera parada fue en Cambados, mucho más grande de lo que imaginaba, pero también mucho más bonito de lo que habría imaginado. Nos detuvimos cerca de la plaza Fefiñáns, a los pies del Pazo con el mismo nombre. Pensábamos que sería un paseito, pero al final echamos allí casi toda la mañana.

Lo primero que hicimos fue meternos, sin ser muy conscientes de lo que hacíamos, en una casa particular, que se supone que es una de las viviendas más antiguas del pueblo. Allí nos unimos a un grupo de turistas despistados que, como nosotros, no sabían dónde se metían. La actual dueña de la vivienda, bisnieta de la familia que la construyó, le muestra incansablemente a todos los grupos de turistas curiosos las grandes estancias de esta casa; pero lo más curioso es la cantidad de cachivaches antiguos que han ido coleccionando y colgando por las paredes a lo largo de los años. Como ejemplo, una gran colección de bastones, adorna varias paredes de la casa. Después de una explicación exhaustiva sobre el origen de algunas de las piezas, nos pidieron la voluntad a la salida de la casa por el patio trasero, adornado con un bonito cruceiro.

Después de este viaje al pasado, fuimos caminando por la calle principal de Cambados, peatonalizada y llena de tiendas de souvenirs, donde el producto estrella son los vinos de la zona y las latas de conservas. Nos dieron muchas ganas de comprar de todo, pero como al final del viaje tendríamos que regresar a nuestra vivienda allende los mares, solamente compramos un par de botellas para regalar a mi padre, cuyo cumpleaños había sido hacía unos días.

Poquito a poco llegamos hasta la Playa de Santo Tomé, dejando atrás el bonito Parador. Desde la playa, todo el olor de la ría penetra por tu pituitaria y sientes que has llegado al barrio marinero. Esta zona de la villa se caracteriza por sus casas de pescadores y las callejuelas enrevesadas, además de algún pazo disperso. Llama la atención, la casa das vieiras, que, aunque no es la única, destaca por la cantidad de conchas de vieira que revisten su fachada. Imagino que se trata de una buena protección ante las lluvias y vientos que constantemente arrecian esta zona del país.

Baco no podía faltar

A los pies de la casa, nace el puente que une Cambados con la Isla de Sandurniño, adornada por los restos de una torre con el mismo nombre. Esta construcción, que se considera levantada en la época romana, ha servido tanto de fortaleza defensiva como de faro orientador de los múltiples barcos que navegaban estas aguas. A día de hoy, solamente los restos de una torre siguen en pie, recordándonos la historia y la importancia de este lugar como enclave codiciado por los vikingos y otros pueblos navegantes, que la asediaron en diversas ocasiones.

Después de un rato en esta zona, nos dirigimos hacia un sitio que yo había visto en fotos y que me llamó bastante la atención; las ruinas de Santa Mariña de Dozo. Se trata de los restos de una capilla románica del XII que fue abandonada en el siglo XIX y que pasó a utilizarse como camposanto. A día de hoy, sus ruinas son visitadas por cientos de turistas como consecuencia de su gran atractivo. Un lugar impresionante.

Desde allí proseguimos nuestra ruta, parándonos en innumerables ocasiones para disfrutar de los bonitos viñedos y de los paisajes con vista a la ría de Pontevedra, desembocadura del río Lérez. En la ruta hasta Combarro, desde los acantilados que descienden hasta esta localidad, pudimos contemplar una gran cantidad de bateas flotando.

Una vez en Combarro, aparcamos en el puerto y nos dirigimos hacia los famosos hórreos que miran al mar. Este pueblo es conocido principalmente por sus más de treinta hórreos de granito asomados a la ría, pero también por el estilo arquitectónico de sus casas marineras, además de los muchos cruceiros que se pueden contemplar en el pueblo. La primera impresión fue la que ya habíamos sufrido en otros puntos del viaje; los chiringuitos. Cantidad de terrazas con sombrillas colapsaban la escena, afeándola y quitando las ganas de continuar. Sin embargo, accedimos a una callejuela (conocida como “a rúa”) que surge desde esta plaza principal. Esta calle circula paralela a todos los hórreos marineros; se trata de una calle preciosa con mucho colorido y edificaciones muy características. De nuevo, caminar por ella entre la muchedumbre se hizo complicado, y tomar fotografías fue una difícil tarea, pues todo el tiempo aparecía alguien posando para sus redes sociales durante horas hasta dar con la postura perfecta. Creo que ni una sola vez miraron directamente a las bellezas arquitectónicas que tenían delante, solo las vieron a través de sus pantallas.

Caminando entre toda esta gente y de las múltiples tiendas de souvenirs tratamos de evadirnos y de disfrutar de lo que realmente importa, hasta llegar al final de esta callejuela estrecha. Allí el espacio se abrió un poco, se redujo la densidad de peatones y quedamos encantados con el pueblo, disfrutando de los cruceiros y las casitas. Seguimos caminando a lo largo de la Praia do Padrón hasta llegar a la Praia da Pinela, lugar donde nos dimos la vuelta hacia el pueblo y descubrimos el espectacular paisaje de hórreos vueltos a la ría. Contemplar esta escena nos alegró la tarde, ¡qué lugar tan maravilloso!

El final de la tarde lo disfrutamos en la ciudad de Pontevedra, donde nos encontramos con nuestros amigos Juan y Camino, que estaban pasando unos días de vacaciones también por Galicia. Paseamos un poco por el casco histórico. Sorprende la amplitud de la Plaza de la Herrería, prácticamente unida a la Plaza del Peregrino. En esta segunda plaza hay una iglesia característica por su planta redonda (aunque la parte trasera tiene una pequeña cruz para cumplir con el requisito eclesiástico), tan poco habitual en este tipo de edificios. Frente a esta iglesia, “de la Virgen Peregrina” hay una escultura de un loro con una historia muy curiosa detrás. Son tantas las ciudades y localidades con historias interesantes de las que no sabemos nada, que podríamos seguir averiguando y descubriendo toda la vida. Este guacamayo fue propiedad de un farmacéutico de la ciudad de Pontevedra entre finales del 1800 e inicios del 1900. Parece que fue descendiente de una de las múltiples aves exóticas que escaparon de unos barcos atacados en la Ría de Vigo en 1702, y que fueron capturando los habitantes de la zona. A este loro, por su carácter alborotador y desobediente, le pusieron de nombre Ravachol, en honor a un revolucionario anarquista francés muy sonado en esa época y que fue guillotinado por “alborotador”. Por lo visto, el loro tenía una capacidad de hablar en gallego sorprendente, siendo la alegría de todos los habitantes de la ciudad, especialmente de su dueño, el farmacéutico Perfecto, a quien engañaba con que habían entrado clientes en la farmacia, pero después era mentira. Vale la pena leer la sección sobre sus dichos en wikipedia.

Llaman especialmente la atención las ruinas de Santo Domingo, que son los restos de un convento gótico del siglo XIV, y que en su momento de máximo esplendor contaba con un convento donde residían los dominicos. Este complejo se abandonó en el año 1836 y se deterioró bastante, sufriendo incluso demoliciones de algunas de sus partes. Desde hace unos años forma parte de los museos de la ciudad.

Nos perdimos entre las muchas callejuelas y disfrutamos de sus bares y tabernas. Solo fue un rato, porque Juan y Camino tuvieron que salir, pues esa noche no dormirían aquí.



Ruta: Madrid – Langreo – MUMI – Cangas de Onís – Ribadesella – La Cuevona – Playa la Vega – Gijón – Avilés – Oviedo – Colunga – Lastres – Museo Minero Valle de Samuño – Desembocadura del Nalón – Cudillero – Cabo Vidio – Tapia de Casariego – Foz – Playa de las Catedrales – Ribadeo – Rinlo – La Coruña – Finisterre – Santiago de Compostela – Cambados – Combarro – Pontevedra – Castillo de Sobroso – Ribadavia – Carballino – Orense – San Pedro de Rocas – Nogueira de Ramuin – Mirador de Cabezoás – Parada de Sil – Balcón de Madrid – Castaño Milenario de Entrambosrios – Pasarela del Río Mao – Caldelas – León – Burgos – Echalar – Lesaca – Bera – Elizondo – Ainhoa – Zugarramurdi – San Juan de Luz – San Juan de Pie de Puerto – Roncesvalles – Pamplona – Pasajes – San Sebastián – Guetaria – Bilbao – Castro Urdiales – Santander – Potes – Espinama – Fuente Dé – Las Ilces – Mogrovejo – Santo Toribio – Aranda del Duero – Madrid

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