Por la mañana fuimos a recoger el coche que teníamos reservado, que no recuerdo cuál era, pero nos dieron un flamante Nissan Qashqai, maravilloso y lleno de complementos, por lo que nuestros teléfonos se podían conectar vía bluetooth para poner todas las listas de reproducción que llevábamos preparadas. Un coche alto, bastante amplio, de marchas automáticas y economizador de combustible, por lo que estábamos listos para circular por las suaves carreteras de Estados Unidos y Canadá.

Nuestra primera parada fue en un pueblo en la frontera entre Indiana y Michigan, llamado Middlebury, donde no vimos prácticamente a ningún Amish, aunque se suponía que este lugar era uno de los epicentros de Estados Unidos donde se concentraban. Eso sí, comimos en un restaurante buffet regentado por una familia Amish y ambientado en su mundillo. Aquí puedes comer un menú muy variado con múltiples manjares provenientes de las huertas ecológicas de los alrededores sentado en una mesa con forma de carruaje. Lamentablemente a ninguno de mis compañeros de viaje le pareció buena idea comer dentro de un carro, y acabamos por sentarnos en una mesa normal.

Posteriormente proseguimos viaje hasta el siguiente pueblo, también conocido por la cantidad de Amish y la presencia de un museo que te explica la historia de este grupo religioso y el por qué de su presencia en este lugar. Por el camino, y mientras nos adentrábamos en una explanada rural infinita, nos dimos cuenta de que los pueblos, aquí, no siguen el concepto de pueblo que normalmente tenemos en la cabeza. Son, en realidad, cruces de carreteras con múltiples granjas esparcidas en el horizonte, por lo que no es que haya una plaza de pueblo donde todos los Amish pasan el día conversando y esperando a que los turistas lleguen para hacerles fotos. Son familias bastante huidizas, vestidas con sus ropas tradicionales, a las que no les gustan las fotografías y que lo único que desean es vivir a su aire, produciendo y vendiendo sus productos de labranza y ganadería. En este pueblo, llamado Shipshewana, además de visitar el museo, nos sentamos en una cafetería en la carretera, observando el ir y venir de un sinfín de carruajes y bicicletas (no utilizan tecnología, por lo que sus transportes son tirados por caballos o movidos por ellos mismos), que circulan con total normalidad entre los coches y camiones. Aunque aquí van por la carretera entre los monstruos a motor, más adelante en el viaje, descubrimos otros lugares donde tienen un carril específico para su circulación.

En el museo, cabe destacar (OJO, SPOILER) una simulación de un tornado dentro de un granero. Una experiencia super enriquecedora para imaginar el pánico que puede vivir una familia de este estilo en mitad de una catástrofe de este tipo y confiando en que Dios les salve.

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Realmente, la visita a estos dos lugares nos dejó igual que habíamos llegado, con una idea predefinida de ellos en base a lo que hemos visto en las películas y documentales o leído sobre sus vidas, pero no nos aproximó mucho más a su cultura ni pudimos ver su comportamiento. Básicamente nos dedicamos a verlos ir y venir por carreteras que llevan hasta sus granjas, donde viven y pasan su día a día. ¿Dudas?, todas.

El camino es largo, y los lagos muy grandes, por lo que la carretera siguió hasta colocarnos en Detroit, la ciudad que otrora fuese la capital mundial del motor, sumida posteriormente en múltiples crisis. Nos hospedamos en un airbnb en las afueras próximas al centro, y al día siguiente saldríamos a investigar sus atractivos.

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