Aunque no estaba en nuestros planes, la última noche, en Managua, donde teníamos el bus a las cinco de la mañana, salimos por el malecón, vimos la catedral vieja, la casa de los pueblos americanos y el monumento a Rubén Darío, comimos hamburguesas, tostones y acabamos, sospechosamente, bailando reguetón en una de las discotecas de la zona centro…. Volvimos al hotel, y dormimos plácidamente hasta las seis de la mañana, por lo que perdimos el bus y no había más posibilidades de viaje hasta el martes que ya era laborable. ¿La solución? Irnos a visitar León, que queda más cerca de la frontera hondureña.
Así que allí nos fuimos, y disfrutamos de otra bonita ciudad colonial algo más grande que Granada y menos cuidada. El encanto también lo tiene y los paseos también son tranquilos, agradables y calurosos, sobre todo calurosos. Visitamos el museo de la revolución, que no es más que una antigua casa colonial en la plaza central con fotos de la guerra y una breve explicación de la historia del FSLN.
Finalmente, tomamos el domingo un bus hasta la frontera con Honduras, otro atravesando dicho país hasta la frontera con El Salvador, y de ahí encontramos uno directo hacia San Salvador. Lo curioso es que solo tardamos 10 horas, cuando el bus que habíamos perdido tardaba 12 y valía el doble. Salió redonda la jugada, disfrutando así de unas vacaciones inolvidables en la querida Nicaragua, Nicaragüita…