Después del palizón de bucear, salí por la mañana en dirección al sur de la isla, entre campos infinitos de verde atravesados intermitentemente por flujos de lava antiguos y secos, lo que le da un aspecto multicolor al horizonte bien interesante.
Hacia el sur llegué a unas colinas desde donde pude apreciar el infinito del Océano Pacífico y los acantilados magmáticos donde revientan las olas. Allí se respiraba un aire puro que en nada se asemejaba a lo que te espera cuando aterrizas en Honolulú.
Después de descansar un poco sintiendo el viento, proseguí hacia la famosa playa de Papakolea, conocida en el mundo entero por tener una arena de color verde (fenómeno que ocurre gracias a un mineral llamado olivino). Se supone que solo hay cuatro playas en el mundo que tienen este color, una de ellas en las Islas Galápagos. Con mi cuatro por cuatro pensé que podría llegar a cualquier lugar que me propusiese, pero cuando llegué al estacionamiento de entrada, me encontré con un grupo de locales bastante extraños y poseedores de vehículos gigantes con ruedas que parecen tanques y me convencieron para no aventurarme con un carro de alquiler por esos caminos (y menos mal que no lo hice). Me trataron de sacar un riñón por el caminito hasta la playa, pero finalmente y después de varias negociaciones logré que me llevasen junto a un grupo de gente por unos pocos dólares.
La playa es fantástica, una pequeña cala escondida en mitad de la nada, pero ciertamente hay bastante gente a la vez, y el color verde de la arena, es bastante relativo. Me gustó visitarla, las fotos salieron bonitas y valió bastante la pena. Todo en Estados Unidos es “The most famous” en este caso “green beach in the world”, y eso te sube demasiado las expectativas.
Después me fui a visitar el Parque Estatal de las Cataratas Akaka (“Akaka” es una palabra hawaiana que significa literalmente “cascada”), es un bosque tropical muy interesante y con un salto de agua de 130 metros. Llama mucho la atención este tipo de vegetación frondosa en mitad de un mar de lava seca donde apenas crece la vegetación.
Tras una breve parada a comer en el típico bar de carretera americano (era mi primera vez en Estados Unidos, por lo que todo me sorprendía bastante) me dirigí hacia la base del coloso volcán Mauna Kea, a 4.207 metros de altura (en la siguiente entrada hablaré más sobre este volcán), por lo que podría pasar de la playa a la alta montaña en apenas una hora y media. Sin embargo, cuál fue mi sorpresa al llegar al centro de interpretación que se sitúa en la base, que no me dejaron subir hasta arriba con el coche, pues había buceado el día anterior y tiene que pasar mínimo 24 horas…. (qué mal cálculo, se me había olvidado completamente!!!). Por esto se desbarajustaron todos mis planes y me tocó regresar al día siguiente, perdiéndome la visita nocturna al cráter activo del volcán Kilauea, en el Parque Nacional de los Volcanes.
Bueno, en el centro de interpretación colocaron unos telescopios y nos enseñaron diferentes constelaciones. Aquí presumen (desde lo alto del volcán, claro) que es el mejor lugar del mundo para observar las estrellas, y por eso un gran número de agencias espaciales del mundo tienen telescopios en la cima (fotos en la próxima entrada).