Parque Nacional Krka

Split por la noche, como dije en la entrada anterior, es algo mágico. Dentro de las murallas del casco histórico, es una ciudad fresca, con ambiente agradable y músicos callejeros que le aportan un toque excepcional. Por la mañana nos recibió con un sol estupendo, con calor y con poca gente. Paseamos un poco para ver con luz lo que habíamos recorrido por la noche, subimos hasta el campanario de la catedral, y las campanas repicaron brutalmente cuando estábamos subiendo por la escalera que las rodea; casi morimos de un infarto, pero una vez arriba, las vistas de la ciudad, el puerto y el mar Adriático, merecieron la pena.

Posteriormente nos fuimos hasta el Parque Nacional Krka (¿alguien sabe cómo se pronuncia esto?) e iniciamos el recorrido por las pasarelas que te van llevando de cascada en cascada y de mirador en mirador. Un recorrido que a paso normal se puede hacer en hora y media, resultó muy lento, pues la cantidad de turistas masificando las pasarelas impedían bastante disfrutar del camino. Sin embargo, y pese a la cantidad de gente, de palos de selfie y de zombies humanos, conseguimos disfrutar del lugar y sus bonitas vistas.

Aglomeración zombie para selfies con las vistas de la siguiente foto

Después del recorrido y de que Juan se diese un baño, tuvimos que correr para alcanzar el barco que salía hasta el interior del parque. Habíamos comprado la entrada y nos avisaron de que no esperaba. Tuvimos literalmente que correr, pero conseguimos sentarnos en el barquito antes de que este zarpase.

Disfrutando de las vistas desde el barco, que navegaba entre escarpadas montañas, llegamos hasta la isla de Visovac, en cuyo centro, los franciscanos regentan un pequeño monasterio del siglo XIV y que sirve de escuela de formación eclesiástica. Allí pasamos un rato conociendo la isla y el templo y después partimos más profundo en el parque.

Finalmente llegamos a un punto desde el que se ve el final de la cascada Roški slap, una caída de agua que va formando pequeñas lagunas hasta desembocar sobre el río. Para observar las cascadas y pocitas que se van formando, tuvimos que subir unas escalinatas y pasarelas colocadas en las paredes de la roca. Con un desnivel muy fuerte, y cansados como estábamos, subir hasta allí fue toda una hazaña. Pero sin duda las vistas y la cueva a la que se accede en lo alto del precipicio (Ozidana Pecina), valieron completamente la pena. En esta cueva hay hallazgos de presencia humana desde el 5000 hasta el 1500 antes de Cristo.

Regresamos agotadísimos y emprendimos viaje hasta Zadar, otro pueblo costero croata con uno de los mejores atardeceres que hemos visto en nuestra vida. Un sol gigante de color rojo anaranjado se esconde al mismo tiempo que las olas chocan contra un malecón al que le han construido diferentes entradas de agua y que hace sonar una gigante flauta en función del oleaje natural de las olas. Sentarse allí por un rato viendo el horizonte, es muy reconfortante. Paseamos un poco por allí y nos fuimos hasta el Parque Nacional de los Lagos de Plitvice donde cenamos una trucha y pasamos la noche en sus inmediaciones dispuestos para visitarlo al día siguiente.


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