Las cataratas del Niágara

Nos despertamos en el hotel del que hablaba en la entrada anterior. El hombre que nos atendió, un señor de (aparentemente) nacionalidad china que chapurrea un poco de inglés y te cobra con un aparato de ciencia ficción que conecta al móvil para pasar la tarjeta nos explicó que el desayuno era libre (o eso quisimos entender).

En la cocina descubrimos que había un sinfín de cosas, desde gofres congelados hasta bollería de todo tipo, pasando por tostadas, cereales, zumos y frutas. Este día Vero descubrió una cosa llamada Aunt Jemima, un sirope muy dulce que se echa en los gofres, y todos nos quedamos impresionados con su capacidad de llenar cada cuadradito de este, con sirope, hasta casi rebosar; como si estuviese llenando una hielera en la cocina de casa. Desayunamos de una manera completamente desproporcionada y nos dejamos rodar hasta el centro de la ciudad, donde nos quedamos como tontos ante la taquilla que vende los tickets para visitar las cataratas.

¿Qué elegíamos? La oferta es infinita, desde un simple funicular que te baja por una rampa (cuando puedes acceder bajando un par de tramos de escaleras) hasta una visita en helicóptero. Se ofertan excursiones por cuevas detrás de la caída principal, y también entradas a un mirador muy alto que promete una panorámica preciosa.

Finalmente optamos por la opción más sencilla, la que realmente esperábamos hacer; el barquito. Primero te advierten que te vas a empapar, por lo que te entregan un chubasquero de esos de plástico super contaminante y te ofrecen un espacio para guardar tus cosas vulnerables a la salpicadura (o eso creo recordar). Finalmente, averiguamos que hay un espacio seco dentro del barco, donde puedes quedarte resguardado del agua tras unas mamparas. Así que Vero se sacrificó y me acompañó tras la mampara para poder hacer fotos mientras que Javi y Vega se expusieron en la parte alta del barco.

La vuelta en sí es una aproximación hasta muy cerca del chorro de agua, con una explicación que no recuerdo muy bien. Imagino que te explican datos como que son las cataratas que más volúmen de agua mueven si consideramos que están conformadas por tres caídas (Horseshoe Falls, Bridal Veil Falls y American Falls) o que el 20% del agua de Estados Unidos pasa por aquí. La verdad es que las vistas desde abajo son tan bonitas como desde arriba, es un lugar muy hermoso pese a todo el circo que hay montado alrededor.

Al volver del barco, hacía tanto sol que Javi y Vega se secaron casi inmediatamente, aunque el impermeable les había protegido bastante. Decidimos no pasar al lado estadounidense y quedarnos satisfechos con visitar únicamente el lado Canadiense. Paseamos tranquilamente hasta el coche para dirigirnos hasta Toronto, capital de Ontario y la ciudad más grande del país.

Lo bueno de esta época del año es que los días son largos y el sol te acompaña mucho tiempo, el clima es bueno y los lugares abren hasta bien entrada la noche, por lo que esa tarde todavía nos quedaba una buena pateada visitando la ciudad. Creo que ese día fue el que más caminamos de todo el viaje, pero eso lo contaré en la siguiente entrada…


Fecha: 10 al 25 de Agosto de 2019

Ruta: Chicago – Middlebury – Shipshewana – Detroit – Niagara-on-the-lake – Niagara Falls – Toronto – Fergus – Elora Gorge Conservation Area – St. Jacobs – Bruce Peninsula (Fathom Five – Tobermory – Mermaid Cove – Singing Sands – Log Dump – Miller Lake) – Manitoulin Island (South Baymouth – M’Chigeeng – Bridal Veil Falls – Gore Bay – Silver Water – Misery Bay – Cup & Saucer Trail) – Sault Ste. Marie – Upper Peninsula (Tahquamenon Falls – Grand Marais – Chapel Falls – Munising – Miners Castle – Mosquito Falls) – Lake of the Clouds – Summit Peak – White Pine – Bergland – Madison – New Glarus – Monticello – Monroe – Chicago

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