Tena infinita

Aunque ya hice una entrada hablando de Tena, en la que fui a visitar a mi profesor de universidad, esta pequeña ciudad amazónica tiene mucho que ofrecer. En esta ocasión alquilamos una casita a media hora de la ciudad, en mitad de la selva y al pie del río Jatunyacu. La tranquilidad fue absoluta, y aunque no paró de llover, pudimos hacer un par de actividades entretenidas.  

El primer día fuimos hasta la laguna azul, lugar precioso y habilitado con caminos y redes para no caer por las cascadas. El turismo local es amplio y todo tipo de comidas típicas son servidas allí mismo, por lo que puedes darte un chapuzón en las diversas lagunas y además relajarte después con una cerveza, un maito o una simple maíz con queso.  

Después de un día entretenido, nos relajamos en las hamacas del patio de la casa y decidimos que nos atreveríamos a descender el Jatunyacu en rafting al día siguiente. Y aunque fue divertido, el descenso no consistió en más que dejarse llevar. Los rápidos estuvieron bastante lentos y nos llovió durante todo el descenso. ¿Si digo que algun@ estuvo a punto de morir de hipotermia en plena Amazonía, me creeríais? Lo pasamos bien en el descenso y pudimos disfrutar de bonitas vistas a lo largo de todo el recorrido. Lástima el no tener una cámara acuática. Aunque en la agencia nos tomaron algunas fotos del descenso que comparto a continuación.  

A la vuelta paramos a comernos un último maíto de bagre (era bagre?) en Archidona, pueblito del que hablé en la otra entrada sobre Tena.

El privilegio de poder ver el Antisana amaneciendo no tiene precio
Asadero de cuyes en plena calle
Disfrutando el entorno de la casita
Las últimas fotos corresponden a los maitos. Pescado cocinado en hoja

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